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Bienvenidos todos

El pasado 21 de junio, dimos a conocer que más de trescientas personalidades académicas de 31 países suscribieron un comunicado solidarizándose con nuestra casa de estudios en el conflicto que sostiene con el arzobispo de Lima y miembro del Opus Dei, cardenal Juan Luis Cipriani.

  • Efraín Gonzales de Olarte
    Vicerrector académico

Estos colegas, muchos de ellos figuras destacadísimas a nivel mundial, difieren en una amplia serie de aspectos: tienen distintas nacionalidades, profesiones, orientaciones teóricas, convicciones políticas y creencias religiosas. Todos, sin embargo, tienen algo en común: han sido bienvenidos en la PUCP y nos conocen bien porque han compartido con nosotros labores de estudio, docencia, investigación, proyección social o publicaciones a lo largo de muchos años. Y han encontrado aquí lo que nosotros consideramos características indispensables de una institución que merezca llamarse universidad: libertad académica, calidad, tolerancia y compromiso con valores éticos.

La libertad académica es un derecho esencial que se respeta en cualquier institución universitaria seria y que comporta, al mismo tiempo, una gran responsabilidad que en la Católica ejercemos y defendemos. Consiste, desde la cátedra, en la posibilidad de enseñar sin más imposición o restricción de contenidos que los que dicta el buen criterio académico y el rigor científico. En la PUCP, los profesores la ejercemos atendiendo no solo a la necesidad de dar a nuestros estudiantes la información más completa y actualizada, sino una sólida formación que les permita desarrollar su pensamiento crítico y creativo, orientado hacia la creación de nuevos conocimientos a través de la investigación seria y responsable. Consiste en la capacidad de estudiantes y profesores de investigar sobre los temas que consideren importantes o pertinentes, sin más limitación sobre la orientación o la metodología que la corrección en los medios que permitan la obtención de conocimientos fiables y las normas éticas que rigen la investigación. Consiste también en el albedrío de consultar todas las fuentes que cada cual considere relevantes para su formación e investigación y en la capacidad de discriminar uno mismo las que resulten pertinentes o deleznables, sin limitación externa alguna. Consiste, por último, en la libertad de opinar sobre cualquier tema, incluso sobre la marcha misma de la institución, y de intercambiar ideas en un clima de amplitud y tolerancia. Una universidad que impusiera límites a estas libertades tendría, según estos conceptos, que dejar de llamarse así.

La calidad de la Universidad emana de la libertad académica y se mide por el nivel de su enseñanza, la excelencia de sus profesores, de sus alumnos y de sus egresados, así como por el nivel sus investigaciones, de sus publicaciones y su presencia social. Sobre todos estos temas tenemos estadísticas que hablan por sí solas: clasificaciones internacionales que nos destacan, alumnos que demuestran la solidez de su formación dentro y fuera de la Universidad, egresados notables en los ámbitos político, empresarial, académico, social, diplomático, eclesial y social. Contamos con cuatrocientos cuarenta profesores a tiempo completo –la mayor parte con maestrías y doctorados– y dos mil treintaisiete profesores a tiempo parcial. Alrededor de cien libros publicados cada año por el Fondo Editorial y otras unidades, y diecisiete revistas disciplinarias constituyen nuestra contribución permanente al conocimiento. Todo esto hace de la PUCP un referente académico, institucional y moral que es el resultado acumulado de noventaitrés años de trabajo arduo que tenemos la obligación de preservar, en tributo a todos los que hicieron la Universidad y a los que pasaron por ella.

La tolerancia es uno de los principios éticos que caracterizan a la PUCP y se refiere a la apertura a distintas teorías, puntos de vista y opiniones que se confrontan en un clima de respeto. Aquí se discuten todas las teorías científicas, todas las doctrinas filosóficas, sociales, políticas y económicas sin que la Universidad se hipoteque a ninguna de ellas. Los miembros de la comunidad universitaria –profesores, alumnos, trabajadores y egresados– podemos tener distintas formas de ver el mundo, ideologías, creencias e intereses: aquí coexistimos liberales, conservadores, socialistas, socialdemócratas, social-cristianos, y defendemos el derecho de todos a exponer, debatir y sostener sus puntos de vista. En la Católica no limitamos ni imponemos: exponemos, reflexionamos, comparamos e investigamos. Consideramos que, cuando una universidad se casa con una ideología o una doctrina particular, con la justificación que fuera, se convierte en el brazo de quienes la gobiernan, deja de ser universal y se particulariza; deja de crear y se mueve en un pensamiento circular e improductivo. Esto, que de hecho sucede en otras casas de estudio, es precisamente lo que no queremos que suceda en la nuestra.

El modelo educativo de la Universidad Católica se sustenta en principios morales y éticos provenientes de nuestra filiación católica y en los propios de la educación universitaria. El pluralismo teórico e intelectual, la tolerancia de la opinión ajena, el culto de la verdad científica, el diálogo entre la fe y la razón, la preocupación por la justicia social, por el desarrollo y los derechos humanos son los fundamentos intangibles que han permitido construir la Universidad, facultad por facultad, especialidad por especialidad, durante noventaitrés años, por generaciones que respetaron estos principios y los hicieron parte del «espíritu de la casa», suerte de ethos característico de nuestra Universidad. Tenemos una religión oficial que está en el sustento mismo de nuestra actividad. Reconocemos también que al interior de la Iglesia existen orientaciones con énfasis distintos y aún opuestos en términos religiosos y todas son bienvenidas a participar en nuestra vida universitaria y a vivir su fe según sus propias convicciones, respetando el derecho de los demás a hacer lo mismo. Esto incluye el respeto a quienes tienen creencias distintas y aún a quienes no profesan religión alguna.

Debido a esta apertura, la Católica constituye una comunidad integrada por alumnos, profesores, egresados y trabajadores con una raigambre social diversa que se parece mucho al Perú de hoy. En nuestra comunidad hay alumnos y profesores provenientes de los distintos sectores socioeconómicos de Lima y provincias; es una Universidad de todas las sangres que provienen del Perú mestizo y multicultural que tenemos el orgullo de ser. La política de pensiones escalonadas y un sistema de más de trescientas becas anuales para alumnos de menores recursos son no solo una demostración de solidaridad y sensibilidad social, sino un vehículo concreto de redistribución, igualación e integración social.

Más aún, nuestra Universidad es un agente de responsabilidad social en el Perú. Somos una voz institucional cuando es necesario opinar sobre los grandes problemas de nuestra patria; somos solicitados por los sectores público y privado para intervenir en problemas que requieren de conocimiento e imparcialidad, e intervenimos para ayudar a resolver problemas sociales a partir de nuestras capacidades académicas, técnicas, profesionales y asistenciales.

La construcción de este modelo de Universidad ha costado mucho esfuerzo, también en términos económicos; muchos millones de dólares más que la herencia de don José de la Riva-Agüero: el sacrificio de los profesores que estuvieron dispuestos por décadas a mantenerse en la Católica dejando de lado sueldos más competitivos en otras instituciones porque valoraban lo que representaba la nuestra; las pensiones de estudiantes que aprecian la educación que reciben y cuyos padres están dispuestos a esforzarse para que sus hijos se eduquen en la más prestigiosa universidad del Perú; el aporte de los trabajadores; los ingresos no académicos que los distintos gobiernos universitarios han venido generando con creatividad y honradez; las donaciones de la cooperación internacional y nacional; y algo que parece haberse olvidado: el aporte del Estado peruano que durante décadas subsidió a la Universidad –incluso algunos años hasta por el 50% de su presupuesto– hasta que en 1996 el gobierno de Fujimori suprimió toda ayuda a las universidades privadas.

Al igual que cualquier orientación religiosa o ideológica, el Opus Dei es bienvenido a exponer sus ideas en la Católica. Pero de allí, a que uno de sus miembros pretenda administrar algo a lo que jamás contribuyó y por ese medio influir con su ideología y sus propósitos, como ya intenta hacer, hay una enorme distancia. La esencia misma de nuestra Universidad nos compromete a evitar que así sea.

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