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Noticia

Una Iglesia que cambia

Semana Santa es una fecha propicia para reflexionar sobre la Iglesia y poner en perspectiva la presencia católica en nuestra sociedad. Iglesia y sociedad en la Nueva España y el Perú, reciente publicación del Instituto Riva-Agüero, ofrece detalles sobre el complejo rol de la Iglesia en el virreinato, punto de partida para nuestro análisis.

La Semana Santa es una oportunidad para reflexionar sobre la vida y obra de Jesús, y, como tal, sobre la institución que representa su legado: la Iglesia. Con más de dos mil años de tradición, su pasado e historia son piezas claves para entender el lugar que ocupa el catolicismo en el mundo moderno.

“Para un católico del siglo XXI, es muy importante entender la compleja historia de la Iglesia en general y, de manera particular, en la sociedad peruana”, dice el Dr. José de la Puente Brunke, director del Instituto Riva-Agüero (IRA) y coeditor de Iglesia y sociedad en la Nueva España y el Perú, libro que nació gracias al trabajo colaborativo desarrollado junto al Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Los once textos que recoge son fruto de un seminario que reunió en nuestro campus a historiadores peruanos y mexicanos en abril del 2013, en el cual abordaron procesos históricos comunes a los dos virreinatos americanos más importantes de la monarquía hispana. “En estos trabajos se ven aspectos de carácter social y económico, cultura política y costumbres. En el fondo es un muestrario de cómo lo católico estaba en todo, lo que sirve para entender mejor la raíz católica y cristiana del Perú”, considera De la Puente.

Un mundo distinto

Casi quinientos años han pasado desde el descubrimiento de América y, aunque su conquista y posterior colonización fueron impulsadas por la Corona española para obtener beneficios económicos, el factor religioso fue, desde un inicio, la principal justificación para esta expansión.

“Para estudiar esto, debemos quitarnos los anteojos liberales ilustrados y racionalistas que tenemos hoy, y ponernos otros que puedan entender en su contexto a una sociedad que era jerárquica, desigual, orgánica y absolutamente distinta”, advierte De la Puente.

Para el historiador, no basta con decir que la Iglesia era una institución importante o poderosa, sino que hay que intentar imaginar un mundo en el que esta estaba íntimamente imbricada en la política, sociedad y economía. “Algunos detalles anecdóticos nos dan una idea de la presencia de lo religioso: hay crónicas que contabilizan la duración de un terremoto comparándolo con la de un credo o, incluso, en las recetas de cocina se ponía que algo podía durar un salve o un ave maría. La vida misma de la ciudad se regía por las campanadas de las iglesias. Había una íntima vinculación con lo religioso, lo cual no necesariamente quiere decir que la gente haya sido más religiosa que ahora. Una cosa es que exista ese predominio institucional y otra cosa, la vida personal”, señala.

Todo esto se hace evidente de maneras muy concretas en los textos presentados en esta selección. Sea a través de estudios comparados o de casos puntuales, se muestra a la Iglesia como una amplia institución con múltiples actores que participaban en prácticas religiosas, costumbres sociales, pugnas de poder y mecanismos políticos de control social.

Pugnas de poder

La Dra. Margarita Suárez, docente del Departamento de Humanidades, escribió para esta recopilación el ensayo “Imperio, virreyes y arzobispos en el Perú del siglo XVII: historia de un conflicto”. A través de la historia del arzobispo don Melchor de Liñán y Cisneros, el primero en ser nombrado virrey, en 1678, la historiadora explica las tensiones políticas que enfrentaron a los representantes reales con las élites de poder locales –criollos y representantes eclesiales– para obtener recursos económicos.

“Había una suerte de pacto entre la monarquía castellana y la Iglesia: a través del Patronato Real, la monarquía podía designar a los obispos o arzobispos, que luego eran aprobados en Roma, y la Iglesia era favorecida con muchísimas donaciones de tierra, no pagaban impuestos –salvo algunos indirectos–, y tenían el diezmo, que es la décima parte de la producción agraria”, contextualiza la especialista. Además, mientras que los virreyes podían ser cambiados en pocos años, los puestos de las autoridades eclesiales tenían larga duración. “Liñán y Cisneros fue arzobispo por treinta años, y era pariente o parte del círculo más íntimo de la élite y aristocracia de Lima cuando esta tenía menos de cuarenta mil habitantes. El virrey llegaba desde fuera a tratar de negociar y entrar en esta red en que la Iglesia tenía mucho poder”, señala Suárez. Las pugnas entre los representantes de la corona y Liñán y Cisneros derivaron, incluso, en un juicio de este contra el virrey duque de la Palata –su sucesor– ante el Consejo de Indias, luego de una escalada de enfrentamientos que tuvieron en vilo a los habitantes de Lima de finales del XVII.

En ese contexto, otro factor importante fue la aparición del sentimiento criollo, situación que De la Puente analiza en “Los criollos y la provisión de beneficios eclesiásticos y oficios seculares en el Virreinato del Perú (siglo XVII)”. En medio de los reclamos por no perder puestos de importancia, se generaron grandes conflictos alrededor del otorgamiento de dichos beneficios y oficios sustentados en el principio de prelación defendido por los criollos.

“Hay también una importancia de la Iglesia en lo social y ritual. La canonización de Santa Rosa de Lima en el siglo XVII, en el contexto de las reivindicaciones criollas, fue vista como una prueba de que en el Perú podían nacer almas que llegaran a la perfección”, indica De la Puente. “Todos esos factores aparecen en el libro. Hay trabajos que abordan la vida conventual o el impacto social de las cofradías, y nos hacen ver el hecho de que, tanto en lo político como en lo social y económico, la labor de la Iglesia era fundamental. Para entender el Perú de hoy, es fundamental conocer ese factor de íntima vinculación de lo religioso con lo político en la etapa virreinal”, resume.

Presente espiritual

La Iglesia católica de hoy es distinta y, según acota De la Puente, hay que distinguir la fuerza del catolicismo en la formación del Perú y las tradiciones de la Iglesia actual, que tiene una dimensión más espiritual. El cambio en la institución es evidente, pero ¿hay también un cambio en la intensidad con que se vive la fe católica?

“A diferencia de lo que ocurre hoy, antes todo te llevaba a practicar la religión. Era algo que venía dado, pero que no necesariamente era sincero. Hoy en día, la práctica religiosa nace de un convencimiento y fe personal. En ese sentido, creo que el cambio es positivo. Es una especulación personal, pero, independientemente del mayor o menor porcentaje de católicos, creo que en este contexto se puede dar un catolicismo más auténtico”, considera De la Puente. Esta respuesta abre puertas a diversas reflexiones sobre la fe católica a partir de la experiencia personal vivida por cada uno.

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