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Noticia

Los otros en la autoformación reflexiva

Durante la Lección Inaugural de EE.GG.LL. 2015, realizada la semana pasada, el padre Felipe Zegarra ofreció una reflexión de la Universidad y el país desde la religiosidad. Esta semana la edición impresa de PuntoEdu reproduce extractos de su discurso.

Problemas en nuestro país

(…) Afirmo que para mí es claro que se ha venido produciendo un abandono radical de la ética. Y no me estoy refiriendo exclusivamente al Perú. En el mundo no tan pequeño que me resulta familiar, un evidente individualismo se ha hecho rasgo hegemónico en gran parte de los de arriba, los de abajo y los del medio. Obviamente, ello se vincula con la complejidad creciente del mundo actual, que conocemos como “cambio de época”.
Un libro relativamente reciente (Wilkinson y Pickett, The Spirit Level. Why Greater Equality Makes Societies Stronger) lo dice con gran elocuencia. Los autores, de nacionalidad británica y especializados en epidemiología, analizan la desigualdad en 23 naciones desarrolladas, entre las que no hay ninguna de América Latina ni los países BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). La investigación evidencia como, en muy diversos aspectos, la menor desigualdad interna corresponde a una sensación de mayor felicidad y a mejores condiciones de vida, de salud, de confianza y seguridad, etc. Dicen los autores: “muchas sociedades, independientemente de su éxito económico, están crecientemente problematizadas por sus problemas sociales”, y agregan: “es paradójico que cuando la humanidad ha alcanzado la cima de su desarrollo material y tecnológico, nos encontremos sumamente ansiosos, con mayor tendencia a deprimirnos, excesivamente preocupados por cómo nos ven los otros, inseguros de nuestras amistades, dedicados a consumir y con poca o ninguna vida comunitaria. Faltándonos el relajante contacto social y la satisfacción emocional que necesitamos, buscamos el bienestar en el exceso de comida, las compras obsesivas, el alcohol o las medicinas para nuestra psiquis y las drogas”. (…) El Perú no pertenece a los países desarrollados, pero lo que los investigadores ingleses afirman puede apreciarse entre nosotros. (…) Lo serio es que se confunde libertad y autonomía con el olvido o invisibilización de los otros, sobre todo de los que son diferentes. (…) Todos sabemos que el Perú se distingue de otros países vecinos por una desconfianza generalizada hacia los “demás”. Se hace uso constante del agravio como arma política y también en la vida diaria. Los vehículos son más importantes que los peatones. El que pasa a nuestro lado no merece ni una mirada y el que nos presta un servicio, no recibe una expresión de agradecimiento. Observamos una estimación meramente funcional de los otros: ellos o sirven para mis fines o no sirven para nada. En la práctica, desconocemos el segundo imperativo categórico kantiano: “Obra de modo que, en cada caso, te valgas de la humanidad, tanto en tu persona, como en la persona de todo otro, como fin, nunca como medio” o, en otras palabras, «obra de tal manera que trates a los demás como un fin y no solo como un medio”. A esa fórmula se opone la instrumentalización y hasta la mercantilización de todo ser humano que no se identifica con uno mismo, que no es “gente como uno”.
En fin, todo lo anterior conduce a la corrupción, que tiene aquí largos siglos de historia y, con el paso de los días, se hace más evidente y ubicua, y con frecuencia que aún sorprende llega hasta el crimen. “Si alguien se interpone de algún modo en nuestros caminos, hay que proceder a su eliminación”, proliferan sicarios de bajo precio y de corta edad. (…)

Urgencia de reaccionar

Frente a tales problemas, resulta imperativo reaccionar; si no lo hacemos, la “globalización de la indiferencia”, de la que habla Francisco, el obispo de Roma, seguirá entrando en nosotros hasta hacerse prácticamente imposible de erradicar. Este imperativo es mayor para los que formamos esta Universidad. (…) Si bien la búsqueda de coherencia personal no concluye hasta lograr el máximo de nuestras posibilidades, hay que realizar un esfuerzo permanente para lograrla. La personalidad no estriba en las formas exteriores, sino en el fondo de sí mismo. Un aspecto concreto es lo que se entiende por persona, es decir, la tensión permanente entre la individualidad (singularidad personal) y la comunicabilidad: el vasto mundo del lenguaje, el compartir gozosa y seriamente, la construcción de vínculos profundos. Solo crecemos en la interacción y enriquecimiento mutuo gracias, precisamente, a nuestras diferencias en lo personal, cultural y social. Abrirnos a los otros nos hace mejores, más valioso, más cercanos a nuestra realización. Eso significa apuntar al bien común, al bien de todas y de todos, sin excluir a nadie; significa aspirar a una sociedad equitativa, con “hambre y sed de justicia”. (…) Empero, un proyecto de vida personal no es fácil. Han transcurrido bastante más que dos siglos desde que se lanzó el reto que caracteriza la auténtica modernidad: Sapere aude, “¡ten el coraje de usar tu propia mente!”. No se trata de prever con claridad cada uno de los pasos que se van a dar en los próximos veinte o treinta años, sino de identificarse, de buscar la propia identidad en el contexto humano y social en que se vive y, para ser más preciso, de ponderar los condicionamientos humanos que nos marcan desde el principio de la propia existencia. Y es que, para decirlo rápidamente, estamos “habitados” por nuestros antecesores genéticamente, por los adultos que nos rodearon desde el nacimiento y por los que nos formaron o deformaron, por los procesos tempranos y posteriores de socialización. Otro autor de principios del s. XX decía “yo y mi circunstancia”. Vale la pena precisar que estas circunstancias son, fundamentalmente, seres humanos, personas, gente dotada de las mismas facultades superiores que nosotros poseemos y podemos potenciar: inteligencia, voluntad, libertad.
Debo repetir con énfasis que “los otros” son importantísimos para nuestra realización personal. Lo dicen muchos pensadores, como Martín Buber, Gabriel Marcel, Franz Rosenzweig y Emmanuel Levinas –judíos los cuatro–. Y Sören Kierkegaard, Emmanuel Mounier, Karl Jaspers, Xabier Zubiri, Maurice Nédoncelle, Paul Ricoeur y Gianni Vattimo, entre otros, afirman rotundamente que cada ser humano se hace a sí mismo en su relación con los otros que constituyen su entorno. Y ello ocurre tanto en sus relaciones positivas como negativas, porque frente a éstas caben la cooptación y la resiliencia, así como el desafío a “esperar contra toda esperanza” (Rom. 4,18-21). (…) No se afirma, a ciencia cierta, que el otro sea de hecho superior a uno mismo. Se trata de postular una actitud mínima de respeto, de ser capaces de reconocer que cada persona, aún la más cercana, aún en el amor y la amistad, es un misterio insondable para nosotros. Se trata de considerar, estimar, de no dejarse llevar por el orgullo o, mejor dicho, por la presunción vacía y sin base, que alguien llama acertadamente “vanagloria” (San Pablo). Se trata de una combinación de respeto por el otro, reconocimiento del valor de la humanidad de cada otro y de un realismo crítico respecto a nosotros mismos. La meta que se propone es alta: descentrarse, salir de uno mismo, mirar y vivir con real humanidad. Solo así podremos llegar a gozar de una auténtica honda amistad. (…)

Propuestas sobre el quehacer

(…) Se debe procurar que cada quien tome conciencia de que el “tener más”, sin el “ser más”, sin la realización personal, no vale nada. “¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero su al fin pierde su vida?” (Marcos 8,36). (…)
Si el ser humano es social/asocial, la opción básica, primordial consiste en escoger nuestra tendencia social y vencer nuestra inclinación asocial. No se trata simplemente de algo que es “mejor”, sino de realismo: esta elección se adecúa más a nuestra realidad humana y, a la vez, adoptarla es mejor para todos los que conformamos un grupo, una comunidad, una sociedad.
Enseguida, hay que partir del autoconocimiento, que no es posible sin el adecuado reconocimiento del valor y de la dignidad de quienes nos rodean. Para decirlo rápido: los otros no son estorbos, sino personas con las que, al relacionarnos adecuadamente, nos enriquecemos recíprocamente. Detengámonos un rato y pensemos: ¿Acaso no admiramos y hasta envidiamos a quienes tienen más oportunidades de conocer el mundo y entrar en contacto no solo con paisajes sino, sobre todo, con culturas diferentes a la nuestra? ¿Acaso una cierta falencia histórica nos impide percibir que nuestra propia cultura ha ido cambiando y sigue cambiando, gracias al “contagio” con otras culturas y otras experiencias humanas?
(…) Nuestra razón práctica es aquella que se orienta a los fines y, por tanto, a lo singular, a lo que identifica a cada una y cada uno, a la activación de la conciencia personal y al discernimiento, el cual no tiene solo un sentido ético en el corto plazo, sino que se orienta a la realización o plenitud personal. Eso implica asumir atinadamente la herencia cultural que ha sido puesta nuestra disposición y, al mismo tiempo, intentar desarrollar al máximo la propia creatividad; abrazar la formación humanística como ejercicio de una formación personal y comunitaria, enriquecimiento de la cultura, así como de las diversas expresiones culturales más afines a cada una o cada uno y compromiso decidido por la multidisciplinariedad y la interdisciplinariedad. (…) Pero, entiéndaseme: las humanidades no nos alejan de las ciencias, es decir, de la razón pura, del conocimiento objetivo. Al contrario, las humanidades favorecen la comprensión del valor y la necesidad de las ciencias, para entenderse a uno mismo, a la humanidad, la sociedad y al medio ambiente. Ellas no se preocupan sólo del “fin último”, sino también de la orientación que el propio ser humano debe dar a la investigación y práctica científica para “ser más” y, así, poder “convivir mejor”. Con las humanidades, las ciencias se encaminan a una visión global de personalización.
Todo lo dicho puede debe ser favorecido por nuestra experiencia de la PUCP y por nuestra personal manera de vivir esa experiencia. Si nada nos llama la atención, si pensamos solo en lo que está de moda, si vivimos en una atención continua a los útiles electrónicos, si leemos sin comprender, si usamos Google sin discernir la gran cantidad de información y sin hacer uso crítico de esa complejidad, si vamos al cine o teatro sin pensar, si oímos o cantamos sin darnos cuenta de lo que estamos oyendo o cantando, entonces, habremos subido al tren sin tener la menor idea de hacia dónde nos conduce.
Voy a intentar traducir lo que acabo de decir. Una formación adecuada tiene al menos tres características: es reflexiva, participativa y activa. En ese sentido, presta atención a lo que cada cual tiene de más profundo en su personalidad, implica que se tienda a una construcción común y aún interpersonal (…), y exige lo que algunos llaman praxis y otros, una actitud proactiva. Es decir, la formación debe orientarse a la optimización de nuestros rasgos más íntimos y sociales, y a la construcción inteligente y amable de un proyecto de país que lleve a la transformación de las condiciones de vida de todas y todos los habitantes del Perú.

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