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Domingo

Científicos sociales para la pandemia

¿Por qué hacemos cola para comprar cerveza en plena pandemia? ¿Qué hacemos con los motines de las cárceles? ¿Cómo será la vida tras la cuarentena? El virus no solo se combate con medicamentos, también se necesitan respuestas y para eso están los científicos sociales que se unen a epidemiólogos, economistas y médicos para estudiar el avance del SARS-CoV-2

Cuando el Gobierno decretó la salida de hombres y mujeres en fechas distintas, durante la cuarentena, muchos levantaron las cejas preguntándose si la medida realmente frenaría la afluencia de gente en las calles. Semanas después veíamos cómo el experimento social fracasaba: en los días asignados a las mujeres, los mercados se desbordaban, las colas eran kilométricas y era casi imposible guardar la distancia social.

Nunca sabremos cuántas se contagiaron y llevaron el virus a sus casas. Lo que sí sabemos es que al economista Farid Matuk –una de las cabezas que impulsó esta regla– se le escapó un factor clave: que con coronavirus o no, el Perú seguía siendo un país patriarcal, que el reparto de las tareas domésticas es desigual, y que son ellas las que mayoritariamente hacen las compras y son cabezas de hogar.

Lo que se aprendió sobre la marcha fue que no solo había que preguntarles a los estadísticos para gestionar los problemas de la pandemia, también valía la pena echar mano de las opiniones de quienes llevan años investigando el comportamiento de los peruanos: los científicos sociales.

Parafraseando a la presidenta del Comando Covid-19, Pilar Mazzetti: se necesitaban “más manos y más cerebros” para hacer frente a la emergencia sanitaria.

Nuevos oráculos

Así fue como el ministro de Salud, Víctor Zamora, además de escuchar a los epidemiólogos y médicos, le abrió las puertas a tres pesos pesados de las ciencias sociales: el historiador y exrector de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos Manuel Burga; el sociólogo y rector de la Universidad del Pacífico, Felipe Portocarrero; y el también sociólogo y vicerrector de Investigación de la Universidad Católica, Aldo Panfichi.

Urgía que se explicaran ciertas conductas de los ciudadanos que estaban haciendo tambalear las medidas de salud pública, como el desacato del toque de queda en el norte, o el desorden en las colas de los bancos. No bastaba con una estrategia epidemiológica para controlar el virus, también había que considerar las dimensiones sociales y culturales.

Al otro lado del hilo telefónico, Aldo Panfichi ensaya una hipótesis: “La anomia [o ausencia de ley] responde a un culto del individualismo exacerbado en los últimos años que tiene como símbolo al emprendedor. Ese que dice que se ha hecho solo, que no le debe nada al Estado y que no obedecerá sus normas porque no le cree. Ese que no percibe que respetar la cuarentena le beneficiará a él y a los otros”.

Esto se suma a lo que la historiadora feminista Emma Mannarelli llama la incapacidad de autorregularnos y controlar nuestros impulsos: “Este es un país en el que los habitantes solo cumplen las reglas si el policía los está mirando y percibe a la autoridad como arbitraria y a la obediencia del mandato general como una forma de rebajarse”. Eso explicaría la larga fila de piuranos haciendo cola para comprar cerveza en plena pandemia que no iban a “rebajar” sus ganas de divertirse a pesar del riesgo del contagio.

Si bien la emergencia sanitaria ha evidenciado que aún somos un país adolescente, también es cierto que ha desnudado como nunca la vulnerabilidad de los más desfavorecidos. Los informales, los pobres, las personas sin hogar, las poblaciones indígenas, los migrantes. Son ellos los que no pueden quedarse en casa porque se encuentran en una encrucijada brutal: o salen a las calles a buscar dinero para comer, o se quedan en casa y mueren de hambre.

Los cerca de quince científicos sociales convocados por Panfichi y compañía están trabajando ad honorem y a contrarreloj para hacer un análisis de estas realidades y plantear propuestas de acción al Gobierno.

La nueva normalidad

Junto a un grupo de investigadores, el sociólogo Omar Manky se ocupa de ese 70% de peruanos que vive del trabajo precario y sin derechos laborales, los informales. “En el mediano plazo los bonos que está dando el Estado no serán suficientes. Y es probable que la gente salga a recursearse. Es importante que cuando ello ocurra tengamos protocolos claros en mercados y calles que faciliten el trabajo de la gente en condiciones seguras”, opina Manky, para quien el Perú post pandemia debe aspirar a salir de la informalidad y mejorar las condiciones del empleo.

Al también sociólogo y exministro del Interior José Luis Pérez Guadalupe le ha tocado una papa caliente: analizar la crisis de las cárceles. A la fecha han muerto 9 reclusos en motines desatados en cinco penales, 30 han fallecido por coronavirus y hay 645 contagiados según las cifras oficiales. “Lo único que queda es la reducción de daños. Los internos no piden indulto, tampoco se quieren fugar, reclaman medicinas y atención médica porque se están muriendo. El principal error fue deslegitimarlos y no entablar el diálogo con sus interlocutores”, dice Pérez Guadalupe, quien aconseja reforzar la bioseguridad del personal penitenciario (se sabe que hay 224 infectados), y capacitarlos para la detección temprana de casos. También es vital el ingreso de medicamentos para los reos y la telemedicina es una posibilidad para el seguimiento de los enfermos.

¿Y qué explica las más de ochenta violaciones sexuales contra mujeres y niñas en plena cuarentena? Para Emma Mannarelli eso responde a la situación límite que estamos viviendo: “No hay trabajo, ni dinero, ni certidumbre. En tiempos de crisis, violencia y cataclismo social, la agresividad masculina sube y las autorregulaciones bajan. El desasosiego se convierte en agresividad”. Para encarar esta realidad, su equipo –conformado por la antropóloga Angélica Motta y la socióloga Katherine Soto, entre otras expertas– recomendó que las municipalidades y los gobiernos regionales ampliaran el servicio de la Línea 100 del Ministerio de la Mujer en sus jurisdicciones. Además, pidieron crear un albergue para quienes son víctimas de violencia.

Cómo encarar la nueva normalidad cuando termine el confinamiento también preocupa a los científicos sociales. “Vamos a tener que aprender a movernos en la incertidumbre”, previene la antropóloga Norma Correa, especialista en comunidades indígenas. “La salida al término de la cuarentena será colectiva, y la gente tendrá que entender que de la responsabilidad de todos dependerá la salud pública. El Gobierno deberá promover el cambio social desde la cooperación mas no desde el castigo”.

Hay que entender que para frenar el avance del coronavirus no solo bastan los datos duros de la estadística, se necesitan científicos sociales para descifrarlos. Solo así las decisiones del Gobierno serán efectivas y no se quedarán en buenas y nobles intenciones como querer tumbarse al patriarcado en plena pandemia.

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