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Noticia

Informe PuntoEdu sobre economías colaborativas

Con un clic, puedes encontrar servicios de taxi, alojamiento, entrega de comida y hasta limpieza del hogar. ¿Cuáles son las características y desafíos de las novedosas economías digitales que hoy son grandes corporaciones globales? Expertos PUCP comentan.

  • Texto:
    Fiorella Palmieri
  • Fotografía:
    Juan Pablo Azabache

Capaces de vincular a millones de potenciales clientes con usuarios que ofrecen productos y servicios, las llamadas ‘economías colaborativas’ o ‘digitales’ han revolucionado las transacciones comerciales, colaborativas e interacciones sociales del mundo en menos de 10 años. La expansión de Internet y el desarrollo de aplicativos para teléfonos inteligentes han permitido el crecimiento vertiginoso de estos modelos de negocio devenidos en corporaciones globales, cuya sede principal está, literalmente, en la nube.

Poseedoras de la información de millones de usuarios, estas plataformas digitales brindan opciones tecnológicas sencillas en la forma de aplicativos que ofrecen satisfacer necesidades específicas a precios competitivos. Además, permiten que los mismos usuarios sean productores o proveedores, y generen ingresos extra a través del alquiler de espacios subutilizados –como los asientos disponibles del auto o las habitaciones desocupadas–, la venta de productos o la captación de clientes para aquello que son capaces de hacer (cocinar, limpiar, hacer recados, brindar servicios técnicos o profesionales, etc.).

¿Colaborativas?

Bajo la descripción de ‘economías colaborativas’ –o también ‘economías de pares’, gig economy o, simplemente, economías digitales–, estos negocios generan transformaciones en ámbitos como: 1) la producción y consumo de bienes y servicios, 2) la distribución del trabajo, y 3) las responsabilidades y normativas en estos nuevos entornos del mercado.

¿Qué implican estos intercambios y de qué manera modifican nuestros comportamientos económicos y sociales? Wikipedia, una de las matrices de la colaboración online, define de manera sencilla la actividad del consumo colaborativo como “una interacción entre dos o más sujetos, a través de medios digitalizados o no, que satisface una necesidad (no necesariamente real) a una o más personas”.

“Se dicen ‘colaborativas’ en la medida que compartes un activo o servicio y que colaboras con otras personas para generar ingresos. A mí me gusta más definirlas como ‘economías de plataformas digitales’, que conectan gente, generan bienestar y eficiencia”, dice el Mg. Oscar Montezuma, docente de la Maestría en Derecho de la Competencia y Propiedad Intelectual.

Tenemos muchos ejemplos de esto, desde las archiconocidas Uber y AirBnB, pasando por Trip Advisor, DogVacay (cuidado de perros), Bertha (plataforma peruana para encontrar profesionales de limpieza), Cookup (comer en casa en varias ciudades del mundo), entre otras miles de opciones producidas por emprendedores en cada país.

Para el Mg. Miguel Morachimo, investigador en temas de derecho, ciencia y tecnología, y presidente de la organización Hiperderecho, el término ‘economía colaborativa’ puede incitar al error. “A mí me parece más preciso hablar de una economía de pares. La mayor parte de nuestro consumo es producido por empresas. Con la tecnología, las personas individuales, como tú o yo, también podemos prestar servicios y vender productos a todo nivel, desde la persona que prepara cupcakes en su casa o el domicilio que brinda un servicio de alojamiento”, explicó Morachimo, egresado de la Especialidad de Derecho PUCP.

Antes de internet

“Lo que se llama economía colaborativa es un fenómeno mucho más antiguo. Acercan a quienes tienen una necesidad específica con los que pueden proveer una solución que no siempre pasa por el recurso del dinero. La disponibilidad actual de las tecnologías de la información y la comunicación ha facilitado el desarrollo del consumo y de la producción”, dice la Dra. Marta Tostes, docente del Departamento de Ciencias de la Gestión.

En su concepción original, estas economías tienen como ancestro al trueque. En tiempos más recientes, algunas actividades colaborativas de recaudación de fondos, como las polladas, colectivos de novios, e incluso teletones, serían los padres o abuelos de las hoy ‘novedosas’ aplicaciones de crowdfunding (como GoFundMe) para el logro de causas sociales u objetivos particulares. Del mismo modo, los colectivos de taxi informal que, desde hace décadas, trasladan pasajeros a través de grandes distancias en Lima, serían los precursores de una práctica como el carpooling, un emblema de la sostenibilidad.

Oportunidades

Una de las principales ventajas que ofrecen estos emprendimientos digitales es la posibilidad de calificar servicios o productos, y, al mismo tiempo, evaluar a los clientes. Esta es la manera en la que se genera confianza, y se garantizan ciertos estándares de calidad y seguridad, características de las que carecen sectores como el transporte público en Lima, por ejemplo.

En nuestro medio, los taxis de aplicación están obligados a cumplir con requisitos, como ser autos con menos de 10 años de antigüedad, estar en excelentes condiciones mecánicas y estéticas (limpieza), tener cuatro puertas y cinturones de seguridad funcionales, y haber pasado las revisiones técnicas del Ministerio de Transportes y Comunicaciones.

“La tecnología nos da la posibilidad de evaluar la calidad del servicio en tiempo real. Si encuentras un conductor que es grosero, con mala higiene personal o con el auto sucio, esto se refleja en los comentarios de los clientes y, eventualmente, las plataformas que son muy estrictas con estos temas les dan de baja”, dice Morachimo.

Para Marta Tostes, estos entornos permiten un “mayor aprovechamiento de los recursos y buscan un consumo más responsable”, expresó. No obstante, la investigadora PUCP explicó que también producen otros problemas. “Estos servicios no están regulados y no brindan la seguridad necesaria. Por un lado, se permite el funcionamiento de la plataforma que da el servicio (a través de Internet), pero, por otro, los dueños pasan a tener una dependencia muy grande de la tecnología para brindar el servicio, que puede ser hackeado. Se presentan muchos desafíos”, dijo la docente.

Riesgos y retos

¿Qué son exactamente plataformas como Uber o AirBnB? ¿Empresas prestadoras de servicios de transporte y alojamiento, respectivamente, o compañías intermediarias? ¿Qué responsabilidad asumen si un usuario(a) es víctima de robo o agresión sexual durante un servicio? ¿Qué ocurre si un(a) turista causa daños a la habitación en uno de los alojamientos que oferta la plataforma? ¿Cuáles son las obligaciones que tienen con el ‘personal’ y los ‘usuarios’?

Las opiniones están divididas en estos puntos. “¿Y quién se hace responsable si pasa algo cuando tomas un taxi de la calle? Los casos que son noticia se conocen porque la tecnología permite identificar rápidamente al agresor. Se cuenta con la foto, la placa, la ruta. Cuando pasa algo en un taxi de la calle es más difícil encontrar a la víctima. Se genera polémica porque muchos de estos servicios de intermediación –porque son eso, servicios que conectan puntos de oferta y demanda– lo hacen de una manera más eficiente que los modelos de negocio establecidos, que pueden quedar desfasados con esta intervención tecnológica”, enfatiza el Mg. Oscar Montezuma.

En los últimos años, gremios de taxistas en Argentina y países de Europa han protestado por la aparición de competidores sin licencia. Al respecto, a fines del 2017, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea obligó a Uber a operar como compañía de transporte y no como intermediario. Hasta ese momento, “Uber se había desmarcado de los servicios de transporte tradicionales”, según un informe publicado en el diario El Confidencial.

En el Perú, donde los taxis sin licencia son mayoría, la afiliación a varias apps de transporte es habitual entre los conductores a tiempo completo. En esta etapa de transición tecnológica, la regulación de estas plataformas “solo generaría problemas mayores, y podría bloquear y sofocar la innovación”, dice Oscar Montezuma.

“Quizás la comunicación se puede mejorar para que quede claro que son empresas intermediarias, plataformas que conectan gente. Quien brinda el servicio de transporte es el conductor. Hay que desagregar cuáles son los servicios que se prestan para saber cuál es el nivel de responsabilidad. Y eso se ve caso por caso. No hay criterios definidos para regular este tema. Mi preocupación es la desesperación de querer regular algo que no se entiende bien. Al crear registros y burocracia, lo que se hace es levantar barreras para que emprendedores digitales peruanos puedan sacar sus productos”, añade Montezuma.

“La idea es que se responsabilice a cada actor según su capacidad de remediar y prevenir este hecho. ¿Debería existir una obligación para que los conductores pasen por un filtro o no? Yo votaría por el no, simplemente porque durante la prestación del servicio es muy fácil evaluar quién hace las cosas bien o mal”, dijo Morachimo, quien considera que la normativa existente permite sancionar a las empresas o usuarios.

“Necesitamos entender mejor este panorama. Lamentablemente, los proyectos de ley presentados, y las empresas de este mercado, han fallado en brindarnos el escenario completo, en comunicar estadísticas sobre casos delictivos o de abuso que se hayan podido producir en sus unidades, y qué porcentaje representa del total de viajes que se realizan, que pueden ser una excepción. Es una muy mala idea legislar en función de la excepción”, considera Morachimo.

Por el contrario, Marta Tostes señala que las empresas de plataformas tecnológicas son mucho más que compañías intermediarias. “Los proyectos de ley 2218 y 1505, desaprobados por el Congreso hace unas semanas, todavía siguen en discusión. Por lo menos, se busca el reconocimiento de la relación laboral, como sucede en los países europeos, y en especial que se consideren los seguros contra accidentes para los pasajeros”, dijo la docente.

Pese a las discrepancias, los expertos concuerdan en la importancia de analizar más en profundidad estas plataformas, con evidencias concretas, antes de implementar una normativa especial en el Perú. Con más de 5,000 millones de usuarios de teléfonos móviles en todo el mundo, y una penetración de Internet que alcanza un 71% en Sudamérica, es más que probable que nuestra interacción con las apps sea crucial en el futuro.

“Realmente hay una nueva institucionalidad tecnológica que tenemos que estudiar y que todavía está en proceso. Los académicos en realidad estamos un paso atrás porque el fenómeno ya se está produciendo y recién lo vamos a estudiar. En un momento con transformaciones tan rápidas, cuando lleguemos a una conclusión sobre estos temas, el mercado habrá alcanzado otros niveles”, señaló la investigadora.

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