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“El problema sigue siendo el acceso a la información”

La escritora Guadalupe Nettel creció entre México y Francia en medio de los agitados años 70, hecho que definiría el carácter de su narrativa. Fue parte de la selección Bogotá 39 en 2007 y ganó el Premio Herralde de Novela en 2014 con «Después del invierno». Actualmente, dirige la Revista de la Universidad de México, donde se han publicado reconocidas voces, como Octavio Paz, Carlos Monsiváis y Margo Glantz. Conversamos con ella en el marco de su visita a la FIL Lima 2018.

  • Guadalupe Nettel
    Escritora mexicana
  • Texto:
    Suny Sime
  • Fotografía:
    Tatiana Gamarra

¿En qué momento te asumes y posicionas como escritora, con la carga de género que implica, y no desde el grupo que se supone neutro y universal de los escritores?

Honestamente, no tengo un momento que haya sido parteaguas, que haya sido revelador. Paulatinamente, me fui dando cuenta de que en realidad formamos parte de un grupo históricamente oprimido. Y me pasa todos los días. De hecho, fue bastante tarde. Creo que esa especie de negación de asumirme escritora, o parte del grupo de mujeres que escriben, tenía que ver con un intento quizás desesperado de dejar de lado la cuestión para que se hablara nada más de literatura y ya, y no de género. Es ingenuo pensar que, nada más por obviar el problema, este desaparece.

Decías en una entrevista que “el arte solo puede servir al arte mismo, para ser creativo tienes que callar al juez que llevas en la espalda”. ¿Cómo interviene tu compromiso en tu escritura o lo tiendes a separar?

Lo separo bastante de la escritura. Como columnista, hablaba muchísimo de problemas de violencia de género, disparidad o desigualdad, técnicas militares de acoso a comunidades, como la violación que es utilizada como arma de guerra y de represión. Son temas que definitivamente me interesan y sobre los cuales es importantísimo poner el dedo. Como editora, también trato de que en cada número de la Revista de la Universidad de México se hable de esto, de la lucha feminista, pero también de muchas otras, la indígena, la gay, de las miles de formas de discriminación. Pero no creo que cuando uno va a escribir un cuento o una novela tenga que decir “¿y de qué manera voy a incluir la lucha feminista?”, tampoco “¿y de qué manera voy a incluir el orgullo mexicano respecto a Trump?”, “¿y de qué manera…?”. Entonces, la novela deja de ser una obra estética sobre todo y se vuelve un panfleto. Eso es algo que a mí me da muchísimo miedo y eso era a lo que me refería cuando decía que el arte solo debe servir al arte. Si dentro de tu flujo de inspiración, aparece el feminismo, la violencia, la injusticia social o lo que quieras, pues bien, pero no es en función de eso que debemos crear. Por eso, lo separo tanto.

Has implementado ciertas políticas, como paridad o cuota para poblaciones indígenas, en la Revista de la Universidad de México. ¿Qué otros cambios has suscitado?

Mi experiencia en la revista ha sido muy didáctica. Yo siempre había sido escritora freelance, había trabajado en mi casa, nunca en oficina y menos con un equipo o empleados. De repente llegué ahí y me di cuenta de que, por ejemplo, había varias mujeres y pocos hombres, pero después vi que la mayoría de estas mujeres había sido contratada por motivos muy distintos a los editoriales. Estaban ahí porque en algún momento el director anterior había tenido alguna relación con ellas o porque intentaba tener alguna relación con ellas. Algunas incluso levantaron demandas de acoso sexual y no fueron escuchadas. Yo llegué a trabajar ahí con un grupo de mujeres de lo más desempoderadas. Tener una jefa mujer les ha dado una tranquilidad y al mismo tiempo fuerza, impresionante. Por otro lado, los hombres que estaban ahí tenían muchas dificultades para acatar una figura de autoridad que era femenina. Todo eso fue para mí como un laboratorio social muy grande, en el que me fui dando cuenta de que ciertas dinámicas, que yo consideraba excepcionales, eran bastante más frecuente de lo que imaginaba.

Un tema muy recurrente en tu narrativa es el cuerpo, el cuerpo enfermo, el cuerpo no normado. ¿Tu condición ocular, esta dificultad para ver durante la infancia, determinó la visualidad de tu prosa?

Hay que diferenciar el cuerpo distinto del cuerpo enfermo. Este último es el que tiene alguna enfermedad y se va descomponiendo o modificando por culpa de los medicamentos, del padecimiento, etc. Y el cuerpo con diferencias es el cuerpo de gente que, por ejemplo, nace con más dientes de los que por lo general tenemos. En mi caso, se mezclan porque la catarata sí es una enfermedad, pero el estrabismo no. Creo que esta sensación de que mi cuerpo fuera distinto y de causar una mirada al mismo tiempo de curiosidad, de rechazo, a veces de repulsión y otras de lástima, hizo que me interesara por los seres físicamente distintos hasta que llegué a preguntarme “¿distintos a qué?”, pues todos somos distintos. Y me di cuenta de que en realidad era distintos en función de esa voluntad uniformizadora que todos tenemos incorporada, de no ser demasiado gordo, no ser demasiado flaco, no ser demasiado nada y de cómo nos autocercenábamos por creernos esas historias, que vienen de la industria, de la publicidad, de la cosmética.

Cuando vemos una planta, un cuadro o una escultura, sobre todo abstracta, no pensamos “ay no, esa planta debería ser más frondosa, tener las hojas un poco más parejas”, no la juzgamos, la aceptamos simplemente como es y nos quedamos con la impresión que nos causa. Una plantita frágil y quebradiza puede inspirarnos o conmovernos, como también una palmera exuberante o cualquier otra planta. No necesitamos un modelo de cómo deben ser las plantas, entonces por qué sí necesitamos uno de cómo debemos ser los seres humanos. Creo que las mujeres hemos sido las más perjudicadas por ese tipo de valores comerciales —es que ya va más allá del canon—. Entonces, quería hablar de la diferencia tanto física como psicológica, y lo hice en Pétalos y otras historias incómodas. Hay una chica que se arranca el pelo y que durante toda su vida trata de ocultar a los demás lo que hace. Hay otra chica que tiene un párpado un poco más bajo que el otro. Hay un hombre que se identifica con los cactus. La idea de ese libro era evidenciar que la belleza, por lo menos para mí, radica en esas diferencias, no en cuán cerca estamos al canon, sino en lo que nos hace verdaderamente únicos.

En Latinoamérica, el acceso a la educación y la cultura —por ende, los libros— sigue siendo un privilegio de las élites. ¿Encuentras alguna relación entre el panorama editorial y la situación político-social de México?

El problema sigue siendo el acceso a la información. Es verdad que muchos libros se encuentran en las bibliotecas o en internet, piratas o no, pero la gente no sabe que existen. Para que sepan que existen, primero tuvo que haber alguien que les informara. Esa desigualdad margina a mucha gente y, aunque haya bibliotecas públicas o muchas computadoras a las que la gente puede acceder de manera gratuita -como es el caso de la Ciudad de México-, si no sabe cómo buscar ni qué buscar, no sirve de mucho. Nosotros todavía tenemos índices altos de analfabetismo. La esperanza es que este nuevo gobierno que votamos cambie eso y una de las grandes promesas que hizo fue, precisamente, abocarse a la educación, que es lo primero.

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