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"Ser protagonista o testigo de un hecho de violencia deja una secuela emocional profunda"

Silvia Ochoa se formó como psicoterapeuta en la Universidad Católica de Lovaina, en Bélgica. Practicó durante dos años en EXIL, un centro médico psicosocial para refugiados y víctimas de tortura. Ha trabajado en temas de infancia y adolescencia y el año pasado laboró para una institución de derechos humanos en Ayacucho.

  • Silvia Ochoa

Se dice que Robinson Macedo, el menor que murió en el VRAE fue reclutado en una leva.
Los deplorables hechos ocurridos en el VRAE, nos obligan a revisar muchos temas dolorosos que aún nos vinculan con la violencia interna, entre compatriotas. Con la muerte de Robinson Macedo se hace visible una situación que infringe los derechos de los adolescentes, pero que apenas era reconocida y no formaba parte de la agenda ciudadana. El reclutamiento militar obligatorio a un menor, es una acción ejercida arbitrariamente por el ejército peruano en nuestros días . En las «levas» se suelen reclutar a jóvenes de familias pobres o indígenas del interior del país. Ello ha sido denunciado algunas veces, pero generalmente es asumido con resignación y una alta dosis de desinformación por parte del joven y su familia, y es que en algunos casos ingresar al servicio militar de las Fuerzas Armadas, puede ser considerado el propio joven y su familia, como una salida a la pobreza, incertidumbre y escasez de oportunidades para estos adolescentes. Cabe destacar que esto difícilmente ocurriría en las ciudades donde existen mejores condiciones de vida y educación. Se trata de situaciones de desigualdad para los adolescentes y menos posibilidades de ejercer sus derechos.

¿Qué significa para un adolescente ser obligado a rendir un entrenamiento militar a esa edad?
Cuando un adolescente es obligado a ingresar a las fuerzas armadas, entra en situación de cautiverio y subordinación de la que no puede escapar sin la mancha de «traidor». Su ingreso a una institución militar trae un cambio en sus condiciones materiales, escala de valores y actividades cotidianas.  En cuanto a sus necesidades materiales, el ejército le ofrece cobijo y resuelve su subsistencia, cumpliendo con ello la función de protección paternal que muchos adolescentes nunca gozaron. Su pertenencia social al ejército suele considerarse como un ascenso a un grupo poderoso, lo que en cierta medida le debe dar al adolescente la ansiada sensación de poder. La pertenencia a una institución militar, organizada y jerarquizada, le resuelve la incertidumbre de la vida en la comunidad y cubre su necesidad social de afiliación a un grupo de referencia, que además, es importante para el país. A cambio de ello se le pide «servicio a la patria y sacrificio», y por ello debe subordinarse con obediencia a sus superiores, seguir la doctrina y el entrenamiento militar. Ello conlleva prácticas que pueden ser peligrosas y perversas por su crueldad ya que se busca entrenarlos para situaciones en que tendrá que afrontar la violencia demostrando su valor y hombría. Hay que aprender a disociarse y desensibilizarse para poder soportar el peligro en una situación de conflicto armado. Tratándose de un adolescente sería comprensible que se sienta abrumado frente a esta experiencia devastadora.

Pero volviendo a la función de protección que debía cumplir el ejército con sus miembros, qué podemos decir de la situación de este adolescente ¿Puede ser esto considerado maltrato?
Ciertamente, además de la situación de abuso al reclutar a un menor de edad, usando o abusando de la fuerza y de la autoridad, hay negligencia en la decisión de incluirlo en esta patrulla del ejército. Como sabemos los miembros del ejército que trabajan en esta zona están expuestos a la violencia narcoterrorista, que es un problema muy complejo debido a los intereses económicos que conlleva, por lo tanto, las posibilidades de participar en un enfrentamiento son muy altas. No tomar en cuenta estas circunstancias es negligencia, que es otra forma de maltrato; ya que en vez de proteger la vida de los menores considerando su condición de vulnerabilidad e inexperiencia, los colocan en situación de alto peligro para su vida e integridad. De esta manera, la ilusión de pertenecer a una institución que los protege y los respalda se desvanece y se pone en entredicho este reconocimiento aún para sus familiares, a quienes ninguna indemnización podrá devolverles al ser querido.

¿De qué manera puede enfrentar un adolescente la idea de estar en una zona de guerra? ¿Es realmente conciente de que puede morir?
No me atrevo a hacer especulaciones acerca de la conciencia del peligro que tenía Robinson Macedo, pues no cuento con elementos para ello, pues hasta donde conozco, las condiciones de fuerza de la «leva» no suponen una selección psicológica de cadetes para integrar las fuerzas armadas, y establecer su perfil psicológico o predecir su aptitud militar, por lo tanto, es probable que se haya iniciado un entrenamiento «en crudo». Me atrevería a especular que en estas circunstancias, la mayor parte de jóvenes tiene una semiconciencia del peligro, pero que es muy probable exista una sensación de omnipotencia amparada en el hecho de llevar un uniforme, portar un arma y formar parte del Ejército peruano. Recordemos que en la adolescencia, también está presente una suerte de seducción frente al peligro y el riesgo, como una manera de probar y demostrar la fortaleza del yo antes los demás.

Quienes creo que si tienen plena conciencia son los adultos que los reclutan ya que saben de las ventajas de tener adolescentes en sus filas, ya que los menores son más fáciles de condicionar para ejecutar ordenes que los mayores, y pueden ser tratados como sirvientes sin oponer resistencia. Creo que también son concientes de que en situaciones de tensión pueden ser menos capaces de soportar presiones y estar dispuestos a disparar sus armas por cualquier motivo.

Han existido casos de estrés postraumático en veteranos de guerra, ¿cómo se produce este fenómeno en el caso de menores de edad?, considerando que es posible que haya otros jóvenes en la misma situación que Robinson Macedo.
Ser protagonista o testigo de un hecho de violencia deja una secuela emocional profunda, especialmente si existe un reconocimiento al valor de la vida. El recuerdo de la violencia vivida en un enfrentamiento armado, en que se tuvo que matar por obediencia o defensa, conlleva un malestar emocional, por la carga de culpa que experimenta quien reconoce y asume su participación en los hechos de sangre. Se puede justificar ante los demás lo actuado en función a la defensa de un ideal, pero íntimamente la sombra de lo siniestro es indeleble. Como diría con agudeza María Ángela Cánepa: «Los hechos traumáticos no sólo quedan inscritos como heridas emocionales, sino que se convierten en nuevos códigos de comprensión de sí mismo y de la realidad, la persona es portadora del espanto que la hace permanecer en las escenas de terror, incluso para quienes toman el camino de la negación y la indiferencia».

¿Conoce algún caso?
Recuerdo el testimonio de un joven soldado que puede ilustrar lo vivido, nos contaba casi 20 años después de su participación en una base militar antiterrorista en Ayacucho su sufrimiento: «Señorita, yo he ingresado al ejercito cuando me levaron, era un chibolo, he soportado mucho sacrificio físico, pero mentalmente quedas dañado, las pesadillas, la idea de que se van a vengar los familiares, la persecución no desaparecen, a veces me pongo violento con mi mujer y mis hijos, los trato con dureza, me tienen miedo. Mi carácter ahora es así, sólo cuando nos reunimos a tomar unas cervezas entre nosotros, empezamos a hablar, cuentan historias de esos años, que no se pueden decir a los civiles y lloramos…».

¿Influye entonces en su posterior desarrollo?
Definitivamente, la experiencia de participación en la institución militar durante la adolescencia tiene una rotunda incidencia en la construcción de su identidad y desarrollo personal, ya que otras dimensiones personales quedan relegadas por el cumplimiento del deber. Difícilmente habrá espacio para el desarrollo integral que supone el desarrollo intelectual, artístico, afectivo, espiritual al que tienen derecho todos los adolescentes. Más aún en los casos de participación en enfrentamientos armados, los involucra en la cultura de violencia. Considero que es necesario promover que los menores conozcan que tienen el derecho de no participar en actividades relativas a un conflicto armado, y que quienes los traten de convencer o forzar, tomen conciencia de las implicancias y sean sancionados por esta falta.

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