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"Me preocupa la noción de cultura que maneja la comisión presidida por Vargas Llosa"

A inicios de este mes, el Poder Ejecutivo peruano decidió formar una comisión -presidida por el novelista Mario Vargas Llosa- para dirigir la creación del Museo de la Memoria. Conversamos con la antropóloga Gisela Cánepa sobre la formación de la comisión, la naturaleza de los museos de la memoria y las distintas maneras de recordar. Esto fue lo que nos dijo.

  • Gisela Cánepa
    Coordinadora de la Maestría en Antropología Visual de la Católica.

¿Cuál es la función de un museo de la memoria en una sociedad como la nuestra?

Son varias, pero podemos condensarlas en una: generar una oportunidad de debate en torno a una serie de temas vinculados con memoria sobre cuestiones específicas. El museo debe ser un espacio de debate y reflexión acerca de quiénes somos, quiénes queremos ser y cómo nos relacionamos entre nosotros.


¿Qué papel jugarían las piezas museográficas en el proceso de reconciliación? ¿Cómo podrían impactar a los visitantes?

Las piezas en sí no van a producir ningún efecto mágico. La manera como van a ser dispuestas va a generar lecturas, sensaciones, emociones diversas según las audiencias. Ahora, que ello garantice un nuevo pacto social es mucho más complicado, pues este sería resultado de un proceso mayor en el que el museo podría aportar justamente como espacio de debate y reflexión.

¿Cómo interpretar la inicial negativa del Gobierno a la construcción del Museo?

Por un lado, está la susceptibilidad que hay en torno al tema, relacionada con los actores comprometidos y los hechos tratados. Y vinculado a esta susceptibilidad está el hecho de que esta propuesta viene desde un sector específico, entonces, pues, es un asunto político. Cuando digo que la función del museo es generar debate y reflexión, lo estoy ubicando en el campo de lo político, ahí es donde debe moverse.

De otro lado, creo que hay bastante confusión y vacíos en el Gobierno respecto a qué es cultura, qué hacemos con ella y a si debe o no tener prioridad. De hecho, la cultura y la política están entrelazadas, por eso la susceptibilidad. Ahora bien, creo que este museo representa una oportunidad para cualquier grupo: el Gobierno, las víctimas, las nuevas generaciones.

¿Cómo representar en este museo todas esas perspectivas y experiencias sobre el conflicto armado interno?

Evidentemente, es importante involucrar diferentes voces y perspectivas. Pero también habría que diversificar las formas de recordar. Me explico, ahora, cuando se habla de museo, se está pensando en la manera museológica de recordar los años de violencia, pero hay otras formas culturalmente específicas a través de las cuales poblaciones diversas del Perú hacen ese trabajo de memoria, por ejemplo, el canto, las representaciones teatrales hechas en contextos festivos o los retablos que narran la guerra interna. Estas manifestaciones deberían ser incluidas también y expandir así el formato museo. De esta manera, el museo como edifico podría albergar, además de objetos, fotos y grabaciones, performances de los cantos y de otras manifestaciones que implican formas otras’ de recordar.

De otro lado, me parece importante no solo cubrir la diversidad de actores institucionales, de grupos sociales, sino también incluir la diversidad en términos generacionales, pues la memoria tiene una ubicación geográfica pero también generacional. De ninguna manera la memoria y la experiencia respecto del conflicto interno son las mismas para alguien que lo vivió directamente que para alguien que solo se relacionó con él a través de discursos.

¿Cómo han sido las experiencias con este tipo de museos en otras realidades?

Recuerdo el Museo de la Tolerancia, sobre el Holocausto judío, ubicado en Los Ángeles. Para empezar, es un lugar que atrae muchos turistas, es decir, aquel museo representa una narración no solo dirigida a los judíos, sino, y sobre todo, a la opinión pública. La manera como está estructurado es bien interesante, pues realmente interpela al visitante. Por ejemplo, al inicio del recorrido, hay dos puertas, en una dice «yo soy tolerante» y en la otra «yo no soy tolerante», y uno debe elegir por dónde entrar. Obviamente, todos ingresamos por la puerta «yo soy tolerante». Una vez dentro, hay una serie de recorridos en los que uno ve cosas, responde preguntas y -de hecho- realiza una evaluación acerca de qué tan tolerante es. Recuerdo también una parte en la que se presentan -por computadora- juicios realizados después de la Segunda Guerra Mundial  y uno debe dar su veredicto. En efecto, la idea de un museo no debe ser simplemente presentar objetos, sino involucrar al espectador e interpelarlo.


En vista de ello, ¿qué opinas de la comisión formada para llevar a cabo el proyecto del Museo de la Memoria?

Por un lado, está el lado publicitario del asunto, y la cara del proyecto debe ser una como la de Vargas Llosa, vinculada con la cultura y con ciertos valores, lo cual, para empezar, ha ayudado a limar las susceptibilidades del Gobierno. Pero, claro, la conformación de la comisión también puede crear sospecha o rechazo en otros sectores de la sociedad.

Lo que a mí me preocupa es el tipo de nociones sobre cultura que maneja la Comisión presidida por Vargas Llosa, bastante relacionadas con la erudición, con la cultura entendida como universal. Lo que me parece central es comprender la cultura como un proceso que incluye una poética y una política, que el museo debe ser un lugar de debate. Si no, ¿dónde queda toda esta diversidad de la que estamos hablando? No se trata solo de que los militares y las víctimas tengan una voz, sino de que formas culturalmente diversas de recordar tengan un lugar ahí.

Entrevista: Pablo Torrejón
Foto: Yanina Patricio

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