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La cumbre de las Américas y la búsqueda de una nueva identidad regional

Del 17 al 19 de abril, la ciudad de Puerto España, capital de Trinidad y Tobago, fue la sede de la V Cumbre de las Américas. Esta cita congrega a los jefes de Estado de los países pertenecientes a la Organización de los Estados Americanos (OEA).

  • Óscar Vidarte Arévalo
    Profesor del Departamento de Ciencias Sociales

Esta reunión tiene su origen dentro del Nuevo Orden Mundial post Guerra Fría. La primera cumbre, llevada a cabo en la ciudad de Miami (Estados Unidos) en 1994, se circunscribe en una nueva lógica regional impregnada por la aparición de nuevas prioridades, las mismas que pasaban por el respeto a la democracia y los derechos humanos, la apertura económica como herramienta fundamental para el desarrollo económico, entre las principales temáticas. En esta línea, la Cumbre de las Américas se presentó como el foro a partir del cual se buscaba construir una zona de libre comercio regional, o también llamada Área de de Libre Comercio de las Américas (ALCA).

A pesar de la discusión de diferentes aspectos de importancia para el continente, el tema de mayor relevancia, tanto en la segunda y tercera cumbre (Santiago de Chile 1998 y Québec 2001) siguió siendo el económico. Lamentablemente para esta propuesta, la cual tenía como uno de sus principales impulsores al gobierno de los Estados Unidos, importantes cambios políticos acaecidos en la región desde finales del siglo XX (llegada al poder de varios gobiernos críticos, en mayor o menor medida, de las políticas de los Estados Unidos) terminan por hacer fracasar esta iniciativa.

Se esperaba que la IV Cumbre de Mar del Plata (2005) significara el lanzamiento oficial del ALCA. No obstante, sucedió todo lo contrario, no hubo ningún tipo de acuerdo en este sentido y lo que por muchos años pareció ser el futuro, terminó por presentarnos un continente dividido y enfrentado. De ahí la importancia de analizar lo sucedido en la V Cumbre de las Américas.

Los dos principales temas tratados en la reunión llevada a cabo en los últimos días y que han acaparado la atención de todos los medios, han sido las consecuencias de la crisis económica mundial en el hemisferio y la situación de Cuba.

En el primero de los casos, la crítica se encuentra dirigida hacia un problema cuyo origen lo hallamos en los Estados Unidos pero de gran afectación a todos los países americanos. Debido al alto nivel de interdependencia económica entre nuestros Estados y la potencia mundial, cualquier desorden económico en el norte, afecta el comercio intrarregional.

En relación a Cuba, existe un contexto altamente favorable para discutir sobre esta problemática presente hace varias décadas y sin solución. Por un lado, el recientemente ascendido gobierno encabezado por Barack Obama, expresó, en el transcurso de su campaña presidencial, la intención de iniciar algún tipo de dialogo con gobiernos como el de Cuba y Venezuela. Asimismo, días antes de la reunión regional, el gobierno estadounidense eliminó las restricciones para viajar a la isla y para el envío de remesas. Por otro lado, el cambio político registrado en Cuba y la presencia de cada vez más países que, por su línea política, consideran como un aspecto fundamental para las relaciones hemisféricas, y especialmente para la relación con los Estados Unidos, el reingreso de Cuba a la OEA.

Estos aspectos han sido parte de la discusión durante la Cumbre de Puerto España. Aunque no se han logrado acuerdos concretos, positivo es el hecho que el presidente de la nación más importante del mundo reconozca la importancia de una «alianza de iguales», así como en la necesidad de un «nuevo comienzo» en su relación con Cuba, frente a «décadas de desconfianza». Si bien esto no constituye mucho en términos reales, el alto grado de respeto y optimismo frente a la situación existente, muestran que es posible dialogar e intentar buscar soluciones a los problemas que aquejan al continente.

De todas formas, es importante señalar que nos encontramos frente a problemas coyunturales de la agenda internacional, y no frente a temáticas de mediano y largo plazo. Frente a esa identidad que la Cumbre de las Américas había construido a partir de la idea de presentarse como la herramienta para la integración económica del continente, el fracaso del ALCA obliga a la búsqueda de una nueva identidad, la misma que nos permita perseguir objetivos concretos y trabajar para su consecución. Esto nos evitaría caer en las clásicas reuniones presidenciales de gran contenido protocolar pero poca trascendencia real, lo cual terminaría por deslegitimizar este tipo de encuentros. La OEA ya sufre serias críticas debido a su falta de acción en situaciones concretas (por ejemplo en el caso del ataque armado de Colombia a territorio ecuatoriano) por lo que es necesario trabajar para sacar adelante este encuentro regional.

Como punto de partida, se le podría dar mayor importancia a algunos aspectos que ya son parte de la cita, pero que pasan a un segundo plano. Solo a manera de ejemplo, debería impulsarse, con mayor énfasis, el tema principal de la reunión, el cual ya presenta aspectos de gran importancia para el mundo de hoy como la energía y el problema climático: «Asegurando el futuro de nuestros ciudadanos mediante la promoción de la prosperidad humana, la seguridad energética y la sostenibilidad ambiental».

Se debe evitar que estas reuniones pierdan su sentido y se conviertan, solo, en el momento adecuado para reuniones bilaterales y multilaterales. Por lo pronto, la Declaración Final de la Cumbre de las Américas de Puerto España no logró el consenso regional, lo cual debería significar per se un gran fracaso, pero el ambiente generado, a diferencia de lo sucedido en la cita de Mar del Plata, nos brinda alguna esperanza, aunque la buena voluntad, en este campo, tampoco sirve de mucho.

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