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Una Iglesia pobre y para los pobres

  • Rolando Iberico Ruiz
    Docente del Departamento Académico de Teología

La visita del Papa al Perú es una invitación a recordar la historia eclesial de estos últimos 50 años

La propuesta eclesiológica y pastoral del papa Francisco se enraíza en la historia de América Latina y la forma de recepción de las enseñanzas conciliares a partir de la lectura contextualizada de las situaciones de pobreza e injusticia de nuestro continente

Una de las líneas pastorales del papa Francisco es colocar el cuidado de los pobres como parte central de la misión de la Iglesia católica y de las preocupaciones de la humanidad. Lo que él llama edificar una “Iglesia pobres y para los pobres” es un anhelo que tiene sus raíces en la historia del catolicismo. Desde el siglo XIX, la Iglesia católica mostró una fuerte inquietud por las duras condiciones de vida provocadas por el sistema económico capitalista. No obstante, la preocupación por la injusta situación de pobreza desde el Concilio Vaticano II –asamblea de obispos de toda la Iglesia católica reunidos entre 1962 y 1965 para leer el Evangelio a la luz de los tiempos modernos– constituyó parte integral de la misión evangelizadora.

En América Latina, la invocación del Vaticano II de aprender a estar en el mundo de manera profética fue recogida en cuatro reuniones de obispos latinoamericanos conocidas como Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano. Las conferencias reunidas en Medellín (1968), Puebla (1979), Santo Domingo (1992) y Aparecida (2007) han profundizado en la cuestión de la pobreza, la injusticia social y el compromiso social de los cristianos. En estos encuentros, la preocupación por los y las pobres de nuestro continente ha sido la piedra de toque de la reflexión eclesial concretada en la expresión teológico-pastoral de “la opción preferencial por los pobres” realizada en Puebla (nª 733-735). Como afirmó Benedicto XVI en su discurso en Aparecida: la opción por los pobres forma parte de la fe en Cristo.

La propuesta eclesiológica y pastoral del papa Francisco se enraíza en la historia de América Latina y la forma de recepción de las enseñanzas conciliares a partir de la lectura contextualizada de las situaciones de pobreza e injusticia de nuestro continente. Basta con recordar que, en Aparecida (2007), el papa Francisco, entonces arzobispo de Buenos Aires, fue elegido presidente de la comisión de redacción del documento final, cuyo esquema recoge las grandes intuiciones de las generaciones de obispos latinoamericanos desde Medellín (1968). Desde la centralidad del seguimiento de Jesús, en tanto experiencia del amor incondicional de Dios, hasta el compromiso social de la Iglesia y de todos los creyentes. Aparecida recoge las grandes preocupaciones sociales, económicas, políticas y culturales, así como los nuevos rostros pobres de hoy: población indígena, enfermos, migrantes, adictos, encarcelados y personas que viven en las calles.

Dichas preocupaciones se hacen hoy visibles en el magisterio del papa Francisco cuando visita las zonas deprimidas de Roma, los hospitales, las cárceles y todo lugar donde aparecen muchas caras marcadas por “el dolor, la marginación, la opresión, la violencia, la tortura y el encarcelamiento, la guerra, la privación de la libertad y de la dignidad, por la ignorancia y el analfabetismo, por la emergencia sanitaria y la falta de trabajo, el tráfico de personas y la esclavitud, el exilio y la miseria, y por la migración forzada” (Mensaje I Jornada Mundial de los pobres).

La visita del Papa al Perú es una invitación a recordar la historia eclesial de estos últimos 50 años, y confirmar las intuiciones del Vaticano II y los documentos de las conferencias episcopales de hacer una relectura del Evangelio en diálogo con los desafíos contemporáneos. La elección de Puerto Maldonado como parte del itinerario de la visita papal busca recordar que la Iglesia se realiza plenamente cuando está en medio de los últimos para acogerlos y exigir condiciones dignas de vida para ellos. Los gestos y las palabras del papa son una invitación a ser Iglesia pobre y para los pobres, una Iglesia que se realiza al trasladarse a las periferias existenciales para ser un “hospital de campaña”. La historia reciente de la Iglesia latinoamericana y, con ella, la de su hijo el papa Francisco, ha intentado acoger la profética y poética invitación del proemio de la Constitución Gaudium et Spes del Vaticano II: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo”.

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