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Sobre el concepto de ideología

  • Juan Carlos Díaz
    Docente del Departamento de Teologia y Ciencias de la Religión

En su encierro en la Bastilla, el conde Destutt de Tracy, a quien se le atribuye la paternidad del término ideología, jamás imaginó el legado de sus Eléments d’Idéologie. Este monumental documento es un proyecto consagrado a la reflexión sobre el concepto y su impacto en la vida de los seres humanos.

Trescientos años después, Terry Eagleton, lejos de alcanzarnos una definición imposible, sostiene que el término tiene un amplio abanico de casi una decena de significados no siempre compatibles entre sí. Sin embargo, existen, por lo menos, tres rasgos que vale la pena apuntar. En primer lugar, la ideología, implica el vínculo entre cuestiones epistemológicas -cuestiones que conciernen a nuestro conocimiento del mundo- y cuestiones sobre el quehacer sobre él o, mejor dicho, sobre el papel que cumplen las ideas dentro de la vida social. En segundo lugar, se puede decir que se entiende por ideología al conjunto de  las creencias, valoraciones y disposiciones para la acción del individuo, grupo, clase, partido político, etc., y a los discursos mediante los que se expresan y construyen como tales.  Si bien se pueden hacer matices, esta observación no se aleja de aquella vieja aspiración del conde de Tracy. Para él, el término intentaba designar un dominio científico: la science des idées o ideología designaba la posibilidad de una ciencia del hombre, cuyos fundamentos, el análisis de las ideas y la moral se ponen al servicio de la revolución. Pronto, empero, este significado se fue devaluando y adquirió esa connotación peyorativa tan común a nosotros.  Este tercer rasgo se observa hoy cuando, en general, nadie afirma que su pensamiento sea ideológico o cuando, por el contrario, se afirma que el discurso del otro tiene un sesgo ideológico con el objetivo de descalificarlo, marginarlo o silenciarlo. Es a partir de este rasgo, y de un complejo derrotero, que la science des idées derivó en la falsa conciencia de Marx.

Ideología es pues, hoy, el conjunto de  las creencias, valoraciones y disposiciones para la acción del sujeto social dominante, y el discurso destinado a legitimar y mantener dicho dominio, así se impone a sí mismo como el único discurso verdadero. Esto hace que sea posible concebirla como un tipo de discurso que se pretende capaz de constituir un nuevo orden. Su naturaleza consiste, en un nivel fundamental, en la definición de un bien a perseguir en virtud del cual se valora la realidad presente, y se definen estrategias que señalan aquello que debe ser instaurado y aquello que debe ser erradicado para alcanzar una situación nueva y una explicación definitiva de la misma. Logrado el bien perseguido, la ideología solo exige, para quien la suscribe, una capacidad estrecha; es decir, catalogar la realidad de manera binaria: ortodoxa o herética, a favor o en contra, con nosotros o contra nosotros, etc. La aridez conceptual, la retórica y el apasionamiento desmedido que acompañan a la ideología dejan escaso lugar para la capacidad de pensamiento y argumentación.

Uno puede vivir en una ideología y no percatarse de ello. Esa es su virtud y, a la vez, un límite que deberíamos estar dispuestos a desenmascarar. Y es que deberíamos empezar a percibir y cuestionar las ideologías tal como aparecen en los medios (espectacularismo), en el mercado (neoliberalismo, incluso el emprendedurismo), en la religión (integrismo, fundamentalismo, progresismo), en la política (burocratismo, pragmatismo, autoritarismo), en la ciencia (objetivismo, cientismo), en su versión no estrictamente política (pacifismoecologismo, igualitarismo, etc.) y un largo etcétera.  Percibir y discutir todo esto constituye una tarea pendiente.

La filosofía como la teología, y en general el saber que aspira a ser genuino, aun cuando también pueden ser víctimas de ideología, tienen en su origen un potencial liberador frente a los dogmas y a la cerrazón. Colocan a quien las suscribe honestamente en la intemperie, en la incertidumbre de quien se sabe en búsqueda intentando hallar certezas y generando preguntas conducentes a una sociedad mejor.

La ideología a secas es el esfuerzo por hacer todo lo contrario. Fue Karl Mannheim quien la definió como esfuerzo para congelar la historia. Frente a ello, propuso la utopía, es decir, el intento humano de poner en práctica aspiraciones y sueños de una proyección en futuros posibles. La utopía, acaso grávida de ideología y con la que comparte su no congruencia con la realidad, puede enfrentar a la ideología gracias a su capacidad de evaluar las propias creencias, valoraciones y disposiciones con el objetivo de evitar su endurecimiento y alejar el peligro de perpetuar el pasado.

El cristianismo, como puede sospecharse, no es ajeno a esta tensión entre ideología y utopía. Pero al mismo tiempo, si quiere ser genuino, si quiere ser reflexión crítica de la fe y del quehacer humano a la luz del Evangelio, entonces no puede acallar su dimensión utópica.

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