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Para un diálogo intercultural basado en el reconocimiento

  • Jonathan Gonzales
    Miembro del Voluntariado RIDEI - PUCP

El interés por la interculturalidad como enfoque analítico y propuesta política está cada vez más presente en los espacios de deliberación pública; sin embargo, una perspectiva intercultural no solo debe involucrar el plano del discurso y el deber ser, sino que debe centrarse también en los aspectos importantes de todo el espectro de nuestra intersubjetividad –a saber, nuestras relaciones sociales cotidianas-, encontrando maneras de luchar contra toda forma de discriminación y desigualdad para generar las condiciones necesarias de reconocimiento entre ciudadanos, dando al Estado la posibilidad de que se nutra de su diversidad en aras de una convivencia digna sin dejar de ser diferentes.

Es importante reconocer que la interculturalidad en el Perú -en tanto proyecto- ha existido básicamente como discurso. Este paso ha servido para incluir al otro como un interlocutor válido con el cual contrastamos nuestros puntos de vista, haciendo uso de nuestra razón dialógica y sin condicionar su propio horizonte al nuestro; tratando además de evitar que sea el propio concepto de “interculturalidad” quien encubra toda forma de asimetría, discriminación y exclusión sociocultural.

Por eso cualquier intento de diálogo intercultural debe partir de una crítica que evidencie los impedimentos de apertura al diálogo basado en el encuentro y el entendimiento en vez de un monólogo coercitivo; es decir, discutir sobre los factores y procesos multidimensionales por los cuales nos hemos visto condicionados, en vez de partir de verdades preestablecidas construidas desde la subjetividad de la modernidad, no porque estas estén basadas en falsedades, sino porque el fundamentalismo que las concibe paraliza el diálogo constructivo y abierto. Trascender de esta manera el discurso evitaría que partamos de un diálogo descontextualizado y, al mismo tiempo, nos revelaría cómo se vieron afectados nuestros horizontes de significación, de expectativas y de sentido (esto incluye a la autoposesión y la definición de nuestra propia identidad).

Que exista la interculturalidad como discurso ya es un avance desde el cual se puede ir formando una comunidad política que tenga como proyecto la cohesión, la reconciliación y el desarrollo social; pero para ello también se necesita de instituciones democráticas que lo legitimen, dando cuenta de la urgencia del diálogo para fomentar el carácter deliberativo en las personas a partir del cual los programas y políticas de carácter público encuentran validez.

En este sentido, el interés inicial de la deliberación pública y participativa, debe además preguntarse cómo las propuestas interculturales actuales se vinculan con las relaciones de poder y las formas de gobierno, para traducirse luego en políticas públicas y programas de desarrollo, con lo cual estaríamos interpelando y confrontando la relación existente entre la teoría y la práctica.

Por todo esto, la interculturalidad se va haciendo mediante una cultura política transcultural y la conformación del debate público de carácter inclusivo, convirtiéndose en reto de democracias multiculturales como la nuestra, lo cual nos posibilita el reconocimiento de diversas formas de entender la realidad fortaleciendo así nuestro entorno: tan diverso como complejo, tan de todos y tan de nadie a la vez.

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