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Francisco y los negocios en el siglo XXI

  • Percy Marquina
    Director de programas MBA de CENTRUM Católica

Invocando el ejemplo de San Francisco de Asís, el papa propone observar la naturaleza no de una manera utilitaria, tan propia de nuestra época, sino desde los ojos del asombro

Nuestro planeta se encuentra en un momento decisivo y su destino depende de las decisiones que ha de tomar nuestra generación

La visita del papa Francisco posee un valor y una importancia que trascienden al mundo católico. Si bien no se puede negar el sentido pastoral de su presencia en nuestro país, es menester comprender que su gira contiene además un significado ecuménico: como sucesor de Pedro, no solo trae un mensaje para los católicos sino, y sobre todo, para todos los hombres y mujeres de buena voluntad que perciben la gravedad de la crisis de nuestro tiempo, que es una crisis global. Nuestro planeta se encuentra en un momento decisivo y su destino depende de las decisiones que ha de tomar nuestra generación. El calentamiento global es un hecho reconocido y alertado desde el mundo científico pero hace falta que a ello se sume una reflexión moral que impulse las medidas responsables que hagan posible la supervivencia, ya no solo de nuestra especie, sino de la vida misma tal como la conocemos.

En su encíclica Laudatio si’, Francisco nos invita a una reflexión moral a la luz del poder que la humanidad ha adquirido para dominar la naturaleza, un poder que a su vez implica la posibilidad de destruir la creación. Invocando el ejemplo de San Francisco de Asís, el papa propone observar la naturaleza no de una manera utilitaria, tan propia de nuestra época, sino desde los ojos del asombro. Esto significa recuperar una percepción del mundo que jamás debimos perder y que consiste en verlo como una obra portentosa, una obra de Dios, que debe ser admirada y, sobre todo, respetada. Por ello escribió: “Si nos acercamos a la naturaleza y al ambiente sin esta apertura al estupor y a la maravilla, si ya no hablamos el lenguaje de la fraternidad y de la belleza en nuestra relación con el mundo, nuestras actitudes serán las del dominador, del consumidor o del mero explotador de recursos, incapaz de poner un límite a sus intereses inmediatos”.

En el mundo de los negocios, tendemos a planificar estrategias y manejar organizaciones basándonos en evaluaciones cuantitativas de costos y beneficios. Nos inclinamos a calcular cuánto valor se puede obtener de un recurso al momento de transformarlo en un bien. De esa manera, solemos decir que creamos riqueza para nuestros socios, nuestros empleados y nuestros clientes.

Sin embargo, nuestra tarea como personas no puede agotarse en dichos términos. Antes que hombres y mujeres de negocios, somos hombres y mujeres, es decir, seres morales que persiguen fines trascendentes. Ningún interés comercial puede estar por encima de esa humanidad inherente e irrenunciable. Seamos o no creyentes, entendemos que nuestra capacidad de discernir entre el bien y el mal implica una responsabilidad ineludible. Hacernos cargo de nuestras decisiones es rendir cuentas no solo por el presente sino también por el futuro. Nuestra generación tiene la capacidad de decidir si habrá un mundo habitable para nuestros descendientes.
Como líder, Francisco ha asumido una tarea urgente. Él sabe que su misión requiere de la conversión de muchos corazones. Nosotros, sus seguidores, debemos cumplir nuestra parte.

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