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A propósito de Orlando Plaza: Hasta siempre, colega y amigo

  • Julio Villa
    Profesor del Departamento de Ciencias Sociales
  • Fotografía:
    Roberto Rojas

Es difícil describir a alguien tan inmenso en pocas palabras.

Recuerdo la primera clase de Teoría Sociológica I, todos inquietos, sin saber qué esperar. Orlando nos hizo entrar en confianza desde el primer minuto y comenzó una intensa exposición. En el intermedio decidí acercarme a preguntarle algo que no había entendido (o solo quería acercarme). Yo tenía el cabello largo y un polo de Frank Zappa. Fue él quien habló: “¿Te gusta la música? Deberías leer esto” y me mostró un ejemplar de Mozart. Sociología de un genio.

Si bien en los últimos años enseñaba teoría, siempre nos empujó a hacer campo. Confiaba en que conocer el fenómeno que íbamos a estudiar nos iba a ayudar más que leer lo que se había escrito (que haríamos después). Abogaba por ese momento en el cual nos topemos –o tropecemos- con algo que nos maraville y que nos empuje a hacer algo. Ese encuentro con lo sublime, ese momento goethiano: “Instante detente: eres tan hermoso”.

Tuve la suerte de codictar con él Teoría Sociológica IV por dos semestres. También lo ayudé en pensar y terminar el libro que estaba elaborando sobre Lima. Mi trabajo era de sparring. Es decir, de hacer que elabore mejores y mejores argumentos. Yo siempre perdía o, para decirlo de otra manera, muy pocas veces ganaba. Pero lo pasamos muy bien. Un día, escuchando música en la oficina, puse a Zappa. Ordenó que cambie de música, pero aproveché para contarle la anécdota de mi primera clase con él. Sonrió y sabiamente dijo: “Al parecer acerté en acercarte a la sociología, si no no estarías aquí”.

Siempre hablaba sobre su libro “Lima en la Era del Conocimiento”. ¿Qué pudo haber pasado para que haya tomado un buen tiempo? La respuesta es simple: estaba haciendo otro -literalmente, por gusto- sobre Teoría Sociológica.

Todo ha pasado tan rápido, Orlando. Hace dos meses estábamos terminando de corregir juntos los exámenes finales, una semana después me dijiste: «¿Crees en los milagros?» Respondí que no. «Pues cree, porque terminamos el libro sobre Lima». Sabía que estabas mal. En verdad el milagro que esperaba era que te recuperaras, que todo vuelva a la normalidad y seguir aprendiendo de ti. Pero nos queda tu legado. Eso hemos ganado quienes te hemos perdido.

Tú que te vas, te quedas.

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