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Noticia

Perú es el segundo país con más trabajo infantil en Latinoamérica

El 23.4% de niños en el país trabajan en diversas actividades y con las peores condiciones posibles. Maró Guerrero, directora del Proyecto Semilla, organización que busca erradicar el trabajo infantil en zonas rurales, cree que es hora de que el país tome mayores acciones.

  • Texto:
    Susana Navarro
  • Fotografía:
    Amelia Santana

En el 2011, la Encuesta Nacional de Hogares (Enaho) mencionó que de los 7,1 millones de niñas, niños y adolescentes de 6 a 17 años, 1,65 millones se encuentran trabajando. De este gran número, el 52% vive en zonas rurales, de estos más de la mitad se dedica a la agricultura. Además, se dan los casos de niños que trabajan en ámbitos sumamente peligrosos como la minería, botaderos de basura, locales nocturnos, ladrilleras, canteras, construcción o agroindustria, sin contar a los que trabajan en la calle que, a veces, lo hacen para redes que trafican con niños y los obligan a mendigar.

¿Qué dice la ley?

Gran parte de estos niños trabajan por cuenta propia y en subempleo. Según la Ley, los niños pueden trabajar a partir de los 14 años, siempre y cuando no sean en actividades peligrosas, se respete su tiempo de estudio, se les pague un salario digno y que no sea en trabajos nocturnos. “En la práctica, esto realmente no sucede, hay poco control. Además los adolescentes deben estar inscritos en un registro de adolescentes trabajadores, función que corresponde a los municipios, pero no están preparados para hacerlo”, explica Maró Guerrero.

Entonces, si bien podría haber un trabajo de adolescentes que sea formal, en el país abunda la informalidad. Además, la especialista explica que incluso los que son mayores de 14 años trabajan en actividades peligrosas, en horarios extremos, sin que se les respete los derechos si es que se les va a permitir trabajar.

Para esto, la Defensoría del Pueblo ha propuesto que la edad mínima para trabajar se cambie a 15 años. Según los convenios internacionales de la OIT (Organización Internacional del Trabajo), se establece en el mundo que la edad mínima es 15 años excepto en países con situaciones extremas o en vías de desarrollo, donde la edad es 14, y el Perú se acogió a este lineamiento. Si bien puede parecer que aumentar un año no hace mucha diferencia, la especialista cree que sí ya que demostraría un avance. “Lo ideal es que no trabajen hasta los 18, pero esto demostraría que el país está alineado a una política de erradicación del trabajo infantil, pero creo que está listo para plantearse una valla un poco más alta”, explica la directora.

Trabajo rural

La mayor parte de niños trabaja en actividades agrícolas que no son claramente consideradas como trabajo infantil, porque se dedican a labores en la chacra con el afán de ayudar en las labores familiares. Sin embargo, lo difícil es poder definir entre lo cultural, lo formativo y lo que ya es explotador o excesivo para los niños. Por eso es que Maró Guerrero explica que Semilla ha logrado establecer dos criterios para determinar si estas actividades son peligrosas.

El primero se basa en las horas. El día tiene 24 horas y los niños tienen necesidades básicas como dormir, estudiar, comer, lavarse, etc. Sumando esas horas, al día tienen 4 horas libres que pueden emplearlas para trabajar, pero si se exceden en 6 horas laborales, aunque sea una labor cultural o formativa, ya se está afectando los derechos de los niños, sea incluso en una actividad no nociva, como ayudar en la chacra o cuidar a sus hermanitos.

En el segundo criterio no se toman en cuenta las horas, ya que dentro de esas 4 horas pueden filtrarse labores peligrosas. El proyecto Semilla pudo identificar 5 actividades muy frecuentes, como el traslado de cargas pesadas, utilización de pesticidas, uso de fertilizantes, manejo de maquinaria pesada y uso de herramientas punzocortantes. “Esto puede salvar la discusión sobre si es parte de la cultura, se entiende que, sobre todo en los Andes, se le da un valor importante al trabajo ya que integra a la comunidad y te prepara para el futuro, pero no se puede violar derechos fundamentales, y no te puede preparar para el futuro si te expone a riesgos y condiciona la educación limitando las posibilidades de desarrollo”, explica la directora.

Pobreza y trabajo infantil

La especialista explica que uno de los problemas más grandes a vencer es que las familias, y la sociedad en general, tiene un nivel de tolerancia muy alto. Quién no está habituado a ver niños en las calles pidiendo dinero y le ha dado una moneda, pero no piensa en que realmente eso está mal. “Hay una naturalización del trabajo infantil y desconocimiento de los riesgos”, explica Maró Guerrero.

La directora de Semilla explica que hay un discurso bien posicionado en el que pobreza es igual a trabajo infantil. Cuando uno ve un niño trabajando, lo relaciona a que su familia debe ser pobre. Si bien la pobreza es un caldo de cultivo para ello pues, generalmente, son familias cuyos niños se desevuelven en un mundo en el que tienen que trabajar; la especialista explica que también hay otras familias que son pobres pero toman la decisión de que los niños deben estudiar, los adultos trabajan más o buscan alternativas diferentes. “Las políticas para resolver la pobreza no pueden ser pensadas en ‘como son pobres, deben poner a trabajar a los niños’, como si fuera una relación causa-efecto. Creemos que la percepción y la valoración son más fuertes, porque si crees que lo mejor para tu hijo es que estudie, buscas el apoyo donde sea”, explica la especialista.

“El problema es que el manejo de las campañas de sensibilización busca establecer posiciones: o estás a favor o en contra. No obstante, hay varias razones que las familias argumentan y también son sujetos de opinión que toman decisiones”, menciona la directora de Semilla y agrega que es necesario generar un debate, no solo desde la posición de que está prohibido el trabajo infantil, sino desde el aspecto de la toma de decisiones. Así es más sostenible decir que las familias son responsables de decidir si arriesgan o no la escolarización, pues implica comprometer el futuro de sus hijos. Pero para lograr esto también es necesario que el sistema educativo realmente sea una oportunidad, así los padres podrían hacer el esfuerzo para que sus niños asistan.

Maró Guerrero fue la ponente principal del seminario Trabajo Infantil en Perú, organizado por el Departamento de Derecho, la Maestría en Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social Proyecto Semilla.

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