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Noticia

Investigación de la PUCP para mejorar calidad de vida en Puno

Investigadores de la PUCP desarrollaron un proyecto de transferencia tecnológica para mejorar las condiciones de vida de pobladores altoandinos. Plantean mejorar sus viviendas usando recursos locales.

  • Texto:
    Diego Grimaldo

E l frío es algo que puede ser fatal. Sin embargo, a más de cuatro mil quinientos metros sobre el nivel del mar, los criadores de alpaca, por ejemplo, no tienen más remedio que enfrentarse al clima agreste, día tras día. Allí, la temperatura puede ser más baja que -5 °C por las noches en contraste con la radiación solar, intensa durante el día. Esto ocurre en la comunidad de Orduña, ubicada en la provincia de Lampa (Puno).

El año 2013, un grupo de investigadores del Centro de Investigación de la Arquitectura y la Ciudad (CIAC) y del grupo Centro Tierra de la PUCP ganó un concurso del Consejo Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación Tecnológica (Concytec) dedicado a financiar proyectos de transferencia tecnológica que ayuden a las poblaciones afectadas por las bajas temperaturas en las zonas altoandinas del Perú. Su proyecto se enfocó en la mejora de viviendas mediante el uso de materiales locales, como la totora.

“Nuestro principal objetivo fue mejorar las condiciones de las viviendas altoandinas, tanto en la parte térmica –confort– como en seguridad constructiva, todo ello desde una visión replicable”, detalla la Arq. Sofía Rodríguez-Larraín, coordinadora del proyecto y del grupo Centro Tierra. “Elegimos una de las zonas más golpeadas por la helada, donde habita gente que se dedica a la crianza de la alpaca en condiciones de vida muy precarias y que, incluso, llama a los lugares en donde vive con el nombre de ‘cabañas’. Es crítico, porque estas se encuentran aisladas y es donde pasan meses, incluso con niños”, añade.

FRÍO AISLADO

Según Rodríguez-Larraín, el proyecto contempló la realización de diferentes talleres con los miembros de la comunidad de Orduña, quienes –a través de estos– expusieron sus preocupaciones e ideas sobre cómo les gustaría vivir. Asimismo, incluyó la organización de obras participativas, como la mejora de casas y la de un local comunal (el Club de Madres de Orduña), que servirá como taller productivo. “Los talleres nos ayudaron a mejorar nuestras ideas y las aplicaciones, pues se trataba de una investigación participativa”, detalla la arquitecta.

Como resultado de los talleres –indica Rodríguez-Larraín–, y como el fin último del proyecto, se construyó una vivienda prototipo con la ayuda de los mismos pobladores, fruto del estudio de materiales, técnicas tradicionales y la introducción de sistemas de reforzamiento sismorresistentes acordes con el Reglamento Nacional de Edificaciones e investigaciones dirigidas por el Ing. Julio Vargas Neumann y el Dr. Marcial Blondet, docentes del Departamento de Ingeniería.

Entre las técnicas utilizadas, se encuentra el reforzamiento de muros a través de una malla de sogas, así como la colocación de refuerzos térmicos basados en el uso de colchones de totora. Gracias al proyecto, 15 miembros de la comunidad de Orduña fueron capacitados en el uso de estas técnicas de construcción. La idea es que puedan aplicar lo aprendido en más construcciones y difundir su experiencia.

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