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50 años después: una mirada a la generación del 68, por Guillermo Rochabrún

El reconocido sociólogo Guillermo Rochabrún nos habla sobre la PUCP de medio siglo atrás y las transformaciones de la sociedad peruana a lo largo de este tiempo.

  • Texto:
    Suny Sime
  • Fotografía:
    Alex Fernandez

Era 1968 en Francia y las protestas lideradas por los estudiantes ponían en jaque al gobierno de Charles de Gaulle. Ese mismo año, en la PUCP se gestaba un movimiento que el historiador Alberto Flores Galindo llamó “La generación del 68”. Guillermo Rochabrún cursaba el tercer año de Sociología. Recuerda que algunos compañeros en clase le decían “mira lo que están haciendo los estudiantes en París” y él ni prestaba atención a los periódicos. En México, el levantamiento del movimiento estudiantil terminó con una dura represión en la matanza en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco. No se puede decir que hubo alguna conexión directa entre estos eventos y lo que sucedía en Perú. Lo que sí hubo fue una clara reverberación hacia América del Sur. Acá se escuchaban los ecos de las explosiones, que sintonizaban con el malestar interno.

Fue una época de sueños y utopía. Se aspiraba, a través de cambios radicales y la militancia política, conseguir justicia social para todos. Si bien Rochabrún nunca militó en una organización política, la única experiencia parecida fue su participación en la revista Sociedad y Política, que formó Aníbal Quijano en 1972 y no duró mucho. Años después, terminó siendo uno de los profesores más destacados del Departamento de Ciencias Sociales de la PUCP.

¿Cuáles fueron los principales cambios que se dieron en la década de los 60?

Toda esa década es fundamental. Marca una gran diferencia con las anteriores, básicamente porque una alianza reformista llegó al poder: el primer gobierno de Fernando Belaúnde Terry. En los años 50, en el campo de la política, había una tensión entre la derecha y un conjunto de puntos de vista, donde estaban los reformistas y los revolucionarios, pero no había una clara línea demarcatoria entre estos últimos. Después de la Revolución Cubana, empezó a establecerse la diferencia: la formalidad democrática. Los primeros la consideraban fundamental, los segundos no. Antes y en los inicios del gobierno de Belaúnde, hubo experiencias guerrilleras que fueron eliminadas rápidamente, pero lo que mayor impacto tuvo fue el movimiento campesino de La Convención y Lares. El golpe militar del 62, con Ricardo Pérez Godoy como presidente de la Junta Militar, entre otras cosas, hizo una reforma agraria en La Convención, pero simplemente le dio una cobertura legal a lo que el movimiento campesino ya había hecho. De otro lado, la izquierda se fue expandiendo y ramificando. Se puede distinguir entre una vieja izquierda, donde estaba básicamente el Partido Comunista, y una nueva izquierda, con gente muy joven. Había una gran brecha generacional. Y en el año 68, hubo un golpe militar absolutamente singular. En medio de los golpes militares que hubo y se siguieron dando en América Latina —de derecha, conservadores, procapitalistas—, este gobierno fue radicalmente distinto. En ningún otro país con gobierno militar, la gente de izquierda tenía que hacer esfuerzos para diferenciarse. Acá sí. Fue una situación absolutamente inédita en la historia nacional.

¿Qué sucedía en el año 68 en la PUCP?

El 68 es un año clave para un cambio en la condición ideológica y política de los estudiantes en la Universidad. Frente a una organización político-estudiantil dominada por la democracia cristiana, irrumpe un movimiento con una postura claramente marxista: el Frente Revolucionario de Estudiantes Socialistas (FRES), cuya figura fundamental fue Javier Diez Canseco. Cuando él entró a primer año de Sociología, yo estaba en tercero. A raíz de lecturas del curso Teoría Sociológica con un nuevo profesor holandés, Frits Wils, muy diferente a los demás profesores holandeses, empecé a interesarme por el marxismo. Encontré, en los volantes y una serie de publicaciones de difusión del marxismo, que el FRES distribuía muchas cosas que me parecían interesantísimas. Varios estudiantes de tercer año nos acercamos a ellos a conversar. Y, de todos, el que más sintonía tuvo con él fui yo, sin llegar nunca a formar parte del grupo.

Algo que caracterizó a esas épocas es que los estudiantes de la Católica, o por lo menos los influenciados por esta “generación del 68”, pensaban que ser totalmente consecuentes era vivir como se pensaba. Por ejemplo, dejaban sus hogares en distritos de clase media para mudarse a barrios de clase popular. ¿Qué otras cosas más hacían en esa línea?

Había una búsqueda de formas en las cuales uno buscaba dar testimonio de estar atravesando una suerte de metamorfosis personal, de desprendimiento de las raíces pequeñoburguesas. Todos eran conscientes de que era duro; por eso, también había apoyo mutuo. En algunos casos, en parte por razones ideológicas, en parte por dificultades materiales, entre varios alquilaban un departamento, formaban una suerte de comunidad y compartían muchas cosas, entre ellas obviamente la militancia. También había cierta vigilancia dentro de los partidos sobre las militantes: si se maquillaban o llevaban tal atuendo o peinado. Todo lo que pareciera de clase media, cosmopolita o norteamericano estaba mal visto. A fines de los 70, en la revista Monos y Monadas, apareció un artículo memorable que se titulaba “No basta ser de izquierda, hay que parecerlo”, donde se describía la indumentaria, canción favorita, lectura preferida, etc., de cada partido. Realmente jocoso. Con esto quiero hacer notar cuántos esfuerzos se hicieron por esta suerte de transformación, que terminó con un regreso a muchas cosas, a la familia, a las amistades anteriores, incluso a los estudios.

La configuración de la Universidad era bastante distinta. En relación con 68 o al 93, 25 años después, ha habido un proceso de despolitización de los estudiantes que también se ha visto reflejado en la sociedad en su conjunto. ¿Cuáles son las principales razones que atribuiría a este cambio?

Este es un país que experimentó a Velasco, al primer gobierno de Alan García, paralelamente a Sendero y después a Fujimori. Es difícil encontrar un país con todos estos fenómenos tan apretados en el tiempo, de manera tal que una misma persona los pueda haber vivido. Para mí, las grandes líneas que marcan la especificidad del caso peruano están, por un lado, en cómo fue la salida del gobierno militar, en un repliegue hacia la derecha, y, de otro, la experiencia de Sendero. Esto, de alguna forma, curó de espanto a prácticamente toda la sociedad con respecto a lo que pueda significar izquierda, socialismo, etc. A eso se suma un fenómeno social que también es muy singular, lo que Hernando de Soto llamó “el otro sendero”, todo lo que él y mucha otra gente denominan informalidad, una palabra absolutamente hueca, pero que alude a una realidad que es abrumadora: las posibilidades de que hay en este país para la pequeña producción independiente. Esto lleva a la constitución de un horizonte de prácticas, donde todos dependen de sí mismos, entonces se repliegan del Estado, aunque tratan de sacar de él todo lo pueden. Cualquier apelación a propuestas o proyectos colectivos está totalmente fuera de lugar. Mientras que, en los 70, el referente era el obrero sindicalizado y clasista; desde mediados de los 80 en adelante, este productor independiente que resuelve solo sus problemas se convierte en el referente para todo el conjunto de sectores populares.

¿Diría que el surgimiento de “La generación del 68” coincidió con un despertar de la juventud?

Había una causa con la cual comprometerse. Esto venía de la filosofía existencialista y, en particular, de Jean Paul Sartre. También había una idea de desigualdades injustas. Por ejemplo, la clase media decía “no se trata de lavar sentimientos de culpa”, pero los sentimientos de culpa existían: “yo tengo todas estas cosas, de las cuales disfruto y hay otra gente que no tiene nada, entonces qué podemos hacer al respecto”. En cambio, hoy en día lo que se proclama es que las desigualdades son más o menos merecidas: “uno tiene lo que puede conseguir y entonces pedir más es populismo”. Lo que funciona en la vida cotidiana es esta idea del self-made man y la self-made woman: “es cuestión de que te esfuerces” o “puede el que cree que puede”. Entonces, aspectos como solidaridad, transformación u otro orden social quedan relegados. A inicios de los 60, por ejemplo, no había partido político que no admitiera la necesidad de hacer una reforma agraria, de redistribuir la tierra. El horizonte de ideas era totalmente distinto. Ahora la idea de que cada uno baila con su propio pañuelo flota en el aire y no está articulada con instituciones ni con partidos. Simplemente ahí está. Yo no usaría la palabra “despertar”, porque implica que hay un estado de vigilia y otro de sueño. Y quién define cuál es el estado de vigilia y cuál es el de sueño. Soy de izquierda y socialista a morir, pero sé que no es la verdad a la cual se llegará tarde o temprano y definitivamente. Es lo que me nace, me llena, me parece más racional, pero no necesariamente lo que va a imperar.

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