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Spotlight: cómo aproximarse a la mejor versión de la verdad

  • Mario Munive
    Director de la carrera de Periodismo de la Facultad de Ciencias y Artes de la Comunicación

La provocadora lección de películas como Spotlight y Todos los hombres del presidente es que un periodismo que se hace sin prisa, sin duda, se hará mejor.

La inmediatez es un atributo indispensable del periodismo y ha sido la legítima obsesión de muy buenos reporteros. Hoy, sin embargo, es una cualidad sobrevalorada en los medios. Se ha convertido en tiranía y esclaviza a muchos periodistas.

Uno de los méritos del equipo de reporteros de Spotlight, retratados en la película ganadora del Óscar, se estrella contra la más cara aspiración de quienes se dedican al periodismo informativo: ser los primeros en anunciar una noticia. Esta no era la pretensión de los periodistas que armaron un rompecabezas al que pocos prestaban interés: las denuncias contra sacerdotes acusados de violar a niños y adolescentes. Los testimonios de algunas víctimas ya eran públicos, pero solo a través de notas breves, fragmentarias y esporádicas. Por increíble que parezca, se informaba gota a gota de una práctica criminal extendida y sistemática. No había cómo entender la magnitud del drama. Este pasaba, literalmente, debajo del radar de la indignación… hasta que los reporteros del Boston Globe se sumergieron en el caso.

Vamos a contar esta historia y vamos a contarla bien. Es la promesa que se hace Walter Robinson, editor-jefe de la unidad de investigación del Boston Globe, en un pasaje de la película. Contar bien una historia es el mérito que más me interesa destacar de la investigación que nos presenta Spotlight. Detrás de los abusos sexuales de un párroco, el trabajo tenaz y metódico de un puñado de periodistas descubre una legión de sacerdotes pederastas protegidos por su cardenal.

A contracorriente de los locutores de noticias que se solazan cada mañana leyendo la primera versión de los hechos, los reporteros de Spotlight buscaban aproximarse a la mejor versión de la verdad; una que resulte indeleble ante los ojos de la opinión pública e irrefutable frente a los tribunales. Esa es la abismal diferencia entre la pirámide invertida, epidérmica y fugaz, y la profundidad de un reportaje que ofrece explicaciones y panorama.

La inmediatez es un atributo indispensable del periodismo y ha sido la legítima obsesión de muy buenos reporteros. Hoy, sin embargo, es una cualidad sobrevalorada en los medios. Se ha convertido en tiranía y esclaviza a muchos periodistas. Los empuja a producir contenido de manera incesante y de muy baja calidad. Les impide verificar lo que publican, soslaya la interpretación y no ofrece contexto. El reportero sometido al vértigo de este taylorismo informativo ignora cómo contar una historia y salta de una noticia dura a otra hecha únicamente de declaraciones. Adicto a las primicias y a las imágenes de impacto, limita su reportería a captar fragmentos de realidad. La suya, por eso, siempre será la primera y precaria versión de los hechos, la astilla de una verdad provisional y, a menudo, desechable.

La versión de los reporteros de Spotlight, por el contrario, demandó un tiempo dilatado de reportería. Siete meses de inmersión obstinada en bibliotecas y archivos, de asedio a fuentes esquivas, de puertas que nunca se cansaron de tocar, de versiones que debían contrastar con paciencia única, de madrugadas insomnes armando sus propias bases de datos, de presión constante y de sostenida discreción… En suma, siete meses sin publicar una línea sobre el tema hasta encajar la última pieza del rompecabezas.

En abril se cumplirán cuarenta años del estreno de Todos los hombres del presidente, la película sobre caso Watergate que narraba con detalle las pesquisas de Bob Woodward y Carl Bernstein, los reporteros que destaparon un escándalo y, a la larga, provocaron la dimisión de Richard Nixon en 1974. Su búsqueda de información también tardó meses, sorteó amenazas, pero contó con el respaldo de Katharine Graham, la indomable propietaria del Washington Post.

La provocadora lección de películas como Spotlight y Todos los hombres del presidente es que un periodismo que se hace sin prisa, sin duda, se hará mejor. Temo que no serán muchos los que estén dispuestos a reivindicar esta idea. La considero sugestiva, pero intuyo que a otros les sonará anacrónica. Ítalo Calvino –lo recuerda Julio Villanueva Chang– eligió como lema un oxímoron de origen latino: «Festina lente» (apresúrate despacio).

La premura desbocada en el periodismo puede ser sinónimo de superficialidad y falta de rigor. Lo que hoy necesitan los reporteros es tiempo para documentar de manera exhaustiva sus comisiones. Tiempo también necesitan algunos redactores para refrescar la prosa y dejar de escribir como notarios. Y muchos de mis colegas editores agradecerían disponer de más tiempo para recuperar (y cultivar) algo indispensable en este oficio: la capacidad de asombro y de indignación.

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