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Noticia

Salvador del Solar y el éxito de Magallanes

Estudió Derecho en nuestra Universidad, pero su pasión siempre fue actuar. Con 45 años de edad, Salvador del Solar estrenó este año su primera película como director: Magallanes, que ya ha llevado a más de 60 mil espectadores a las salas de cine.

  • Texto:
    Paloma Verano
  • Fotografía:
    Víctor Idrogo

No necesita presentación. Salvador del Solar es de esas personas que, automáticamente, uno asocia a un rostro apenas escucha su nombre. Después de éxitos como la película Pantaleón y las visitadoras (1999) y la novela Pobre Diabla (2000) se convirtió en un símbolo para una generación.

Ahora, 15 años después, ha estrenado su ópera prima Magallanes, una película que habla sobre los fantasmas que dejó el conflicto armado interno en nuestro país y que siguen presentes en los peruanos. Una película peruana que, como pocas, se encuentra en su cuarta semana en cartelera. Salvador tiene un tono de voz firme y seguro, sobre todo cuando habla de temas que lo apasionan o indignan, como cuando cuenta cómo decidió llevar esta historia a la pantalla grande o habla sobre las violaciones a los derechos humanos que sufrieron las mujeres de nuestro país. Los argumentos que utiliza son ordenados, como si los hubiera repasado. No en vano se licenció en Derecho por la PUCP. Le encantaba la idea de ser abogado, y hasta se desempeñó como jefe de práctica y profesor en nuestra Universidad por algún tiempo. Sin embargo, la actuación era una pasión que lo acompañó desde pequeño hasta su carrera universitaria, una opción que no había contemplado como carrera profesional pero que, después de ejercer como abogado por un tiempo, terminó por elegir y entregarse por completo a ella. Ya son 20 años desde que tomó esa decisión. “El trabajo del actor es uno que merece todo mi respeto. Es un desafío tratar de representar a un ser humano como parte de una historia”, explica. Pero esta vez él no actúa, sino dirige.

Para Salvador, ser director es ser una fuerza de persuasión, un estímulo a la imaginación y a la confianza, debe contagiar una sensación, cautivar a todo el equipo de producción y, por lo tanto, debe estar enamorado de su propio proyecto. “La historia generó en mí un estímulo muy grande que me llevó a trabajar en ella y no dejarla”, señala. Lo hizo por nueve años y ahora ve con orgullo cómo una historia que habla sobre la importancia del pasado ha podido llegar a tanta gente.

Fantasmas que vuelven

Magallanes está inspirada en la novela La Pasajera, de Alonso Cueto. En esta película encontramos a Magaly Solier –con una actuación impecable– interpretando a Celina, una joven ayacuchana que fue apresada por un coronel ya retirado (Federico Luppi) y que es reconocida, años después, por Harvey Magallanes (Damián Alcázar), exsubordinado de este coronel, mientras trabaja como taxista. Este encuentro generará en Magallanes un sentimiento de culpa y necesidad de redención, que lo llevará a intentar de todo para ayudar a Celina. “Tenemos una semana más con la misma cantidad de salas, lo cual es muy raro que suceda para cualquier película.

Pasar de la tercera a la cuarta semana sin que disminuyan las salas es una gran noticia”, cuenta Salvador, sin ocultar emoción. A pesar de que el cine peruano se ha caracterizado por abordar en varias de sus películas el tema del terrorismo, Salvador comenta que no pensó en hacer Magallanes como una aproximación distinta a ese tema, sino que, simplemente, le pareció una historia importante, potente y necesaria. Una de las escenas que causa un silencio ceremonial y cierta vergüenza en la sala es el discurso final de Celina. Lo hace en quechua. Son varios minutos en los que la vemos hablando y descargando su ira, la misma que sintieron más de 7 mil mujeres que vieron violentados sus derechos en la época del conflicto armado.

Salvador no subtitula esa escena porque, para él, tenía sentido que ese reclamo suceda en la lengua materna de Celina, una lengua que –tanto los interlocutores en la película como quienes estamos en las butacas– no entendemos. Y es que se trata de un momento de empoderamiento. “La decisión de no subtitular pone de manifiesto algo que no es ninguna sorpresa: no tenemos capacidad de entender a la enorme cantidad de peruanos que hablan en quechua y que, lamentablemente, constituyen la gran mayoría de las víctimas de la violencia. Si hubiéramos subtitulado la película, quizá, habríamos construido un puente para la comprensión de los espectadores, pero es uno que, en la realidad, como país, no nos hemos preocupado por construir”, finaliza.

Mira también: Cinespoiler: Alonso Cueto y Denise Ledgard analizan Magallanes

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