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Alan García: el suicidio como desenmascaramiento

  • Fernando Aguirre
    Docente del Departamento de Humanidades
  • Fotografía:
    Héctor Jara

Habría entonces que otorgarle el crédito a Borges que muestra que quien lee literatura sabrá leer mejor la historia; esto es, identificar la verdad en ella".

El suicido de Alan García y los hechos que le sucedieron me recordaron inmediatamente “Tema del traidor y del héroe” (1944) de Jorge Luis Borges, la historia del desenmascaramiento de los entretelones de un magnicidio. Como desde el lejano 6 de agosto de 1824 para los irlandeses, día de la muerte de su héroe Fergus Kilpatrick creado por Borges, desde el 17 de abril pasado, los peruanos nos hemos visto obligados a darle algún sentido al acto de nuestro expresidente. (Me cuesta llamarlo «nuestro»). En el cuento, la historia irlandesa ha consagrado la muerte de Kilpatrick como el asesinato del líder rebelde en la víspera de su gesta independentista contra el imperio británico, de manos de un misterioso asesino aún no identificado. Alguien irá tras las huellas de ese misterio para descubrir una verdad atroz, pero más de un siglo después. Hasta antes de descubrirse la verdad, Kilpatrick ha inscrito su nombre en la historia como un mártir; del mismo modo en que los líderes del Apra han pretendido inscribir en la historia peruana el suicidio de su líder como un martirologio por su honor, su partido y por su pueblo.

No obstante, en Borges una verdad oprobiosa se abrirá paso más de un siglo después: Kilpatrick fue en realidad un traidor, el peor traidor de su pueblo. Descubierto en la víspera, el líder acepta participar en una puesta en escena de discursos y actos de masas que termine con su asesinato para salvar la rebelión y hacer de su muerte su gran detonante. Así, se inmola y su asesinato es en verdad un suicidio. En el caso de García, su carta de despedida, su sepelio, los encendidos discursos y acusaciones contra el gobierno, jueces y fiscales querían asegurarle a su suicidio el valor simbólico de una inmolación por la dignidad y la justicia. El plan de los partidarios de Kilpatrick era perfecto hasta que su bisnieto Ryan descubre que todo era actuado: nota que los discursos son una copia fiel de parlamentos de Macbeth y Julio César de Shakespeare. Es inconcebible que la realidad copie a la literatura, piensa. Por su parte, la estratagema de los alanistas ha sido también develada no solo por la delación de Barata y testaferros sino también por lo evidente de su puesta en escena. El Kilpatrick de Borges se redime ofrendando su muerte al pueblo irlandés. Con su suicidio, en cambio, García se condena; no sobrevive al desenmascaramiento de que su inmolación es en verdad la confesión de una culpa y una fuga. Habría entonces que otorgarle el crédito a Borges que muestra que quien lee literatura sabrá leer mejor la historia; esto es, identificar la verdad en ella. A la luz de ambas historias, corroboramos una vez más que leer literatura resulta ser un poderoso antídoto contra el engaño político.

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