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“La diversidad también es un valor que forma parte de la calidad y tenemos que reivindicarla”

Laura Freixas siempre quiso ser escritora. Desde 1988, año en que inició su carrera literaria con la colección de relatos El asesino en la muñeca, ha publicado novelas, ensayos y crítica. Destaca por su labor investigadora y promotora de la literatura escrita por mujeres. Conversamos con la escritora, que llegó a Lima como parte de la delegación de España, país invitado de la FIL 2018.

  • Laura Freixas
    Escritora española
  • Texto:
    Suny Sime
  • Fotografía:
    Tatiana Gamarra

Mario Vargas Llosa dijo que “el feminismo es el más resuelto enemigo de la literatura” como respuesta a su artículo “¿Qué hacemos con ‘Lolita’?”. A lo que usted replicó que “hay que leer críticamente, no prohibir”. ¿Podría ahondar?

Como dice Griselda Pollock, el feminismo es la gran revolución intelectual de nuestro tiempo porque desmonta la falacia del conocimiento como algo objetivo y universal, y en cambio muestra que todo conocimiento —el arte es una forma de conocimiento— es uno situado, es decir, que parte de una subjetividad, que tiene que ver con nuestro género, clase, raza, etc. El feminismo no propone prohibir ni censurar nada, tampoco dejar de leer a nadie, sino establecer un diálogo crítico sobre cuestiones que nos afectan, que afectan a toda la sociedad, como la violencia contra las mujeres. A mí me pareció estupendo que Vargas Llosa contestara mi artículo y muchos otros contestaron dándome la razón y quitándomela. Creo que fue muy positivo que por fin se abriera el debate, en vez de considerar que la cultura no se puede analizar desde una perspectiva de género.

Usted es partidaria de la paridad, pero a veces no basta. De nada sirve tener la mitad de mujeres y hombres en una mesa, si esas mujeres siguen perpetuando los estereotipos de género. 

Tiene que haber las dos cosas: mitad de mujeres en todas partes, porque conformamos la mitad de la humanidad; pero también perspectiva feminista. Desde luego, no basta ser mujer para ser feminista. Sobre todo porque la educación que hemos recibido y el proceso de socialización a través de la familia, el entorno social, la cultura, la publicidad, etc. nos está transmitiendo mensajes patriarcales. Y para ser crítica con esos mensajes, hace falta reflexión, hace falta lectura, hace falta escuchar a las maestras. Hace falta cuestionarlos, y eso no es automático.

Es importante, comenta, que las escritoras no se aíslen en un contracanon o canon paralelo, sino que también integren el gran canon. ¿Es esta una estrategia? ¿En qué sentido?

Claro, porque si no, nos arriesgamos a que la selección sea patriarcal. Por ejemplo, de la literatura francesa del siglo XIX que nos ha llegado, se ha hecho una selección de los textos de las escritoras que confirman la idea patriarcal de la mujer, es decir, mujeres que escribían diarios íntimos o poemas de amor, pero en cambio no se ha rescatado a las mujeres que escribían panfletos políticos, que también las había. Si haces esta selección ingenuamente, en el fondo estás confirmando el relato patriarcal.

Yo creo que tenemos que hacer las dos cosas. Tenemos que reclamar estar en el canon. Por ejemplo, que las antologías de poesía o que las exposiciones de arte moderno incluyan tantas mujeres como hombres, pero también tenemos que hacer nuestro propio canon. Porque lo primero no depende de nosotras. ¿Vamos a esperar cruzadas de brazos a que nos incluyan? No. Nosotras tenemos que hacer todo el trabajo de estudio, de publicación, de visibilización de escritoras, de tal manera que sepamos qué es lo que queremos proponer al canon. Tampoco debemos caer en la trampa patriarcal de pensar que las mujeres son todas la misma, que hay una sola identidad femenina; y de, por lo tanto, meterlas en un mismo saco porque “todas escriben igual”. No, no todas escriben igual, pero todas comparten ciertas problemáticas. Digamos que todas tienen que responder a la misma pregunta, aunque las respuestas sean distintas.

No solo está la mujer que escribe, también la mujer que es escrita. En la lectura crítica que usted propone, uno advierte que en muchas novelas las mujeres son casi elementos ornamentales; y los hombres, los personajes principales, los que hablan y toman decisiones. ¿Por qué?

Y son los hombres los inteligentes, los que piensan y debaten. Creo que la representación patriarcal presenta a las mujeres como anónimas e intercambiables. O sea las mujeres son todas siempre la misma. Muchas veces comienzo una conferencia poniendo la imagen de Los Pitufos. Niñas y niños que apenas saben hablar ya aprenden que en el mundo real hay mujeres y hombres, pero en el mundo representado las mujeres han desaparecido porque no importan. Es una visión en la cual la sociedad está compuesta casi exclusivamente por hombres, que son distintos entre sí. Están el Gran Pitufo, el Pitufo Poeta, el Pitufo Cocinero, el Pitufo Deportista, el Pitufo Gruñón. Y luego hay una sola Pitufina, porque una representa a todas, porque las mujeres no tienen una identidad individual, su única identidad es ser mujer y con eso ya está dicho todo. Lleva la melena rubia, los tacones, las curvas, le barre la casa al Gran Pitufo y luego aparece con un bebé. Además, no se sabe quién es el padre, pero no importa, porque lo va a cuidar ella de todos modos. Este es un modelo que, aunque parezca gracioso, lo encuentras también en novelas muy serias. Las mujeres se dividen claramente en dos: las buenas, que son las sumisas; y las malas, que son las que tienen el poder o aspiran llegar a él. La línea divisoria es el poder.

Otro tema muy tocado últimamente es la separación del arte y el artista. Algunos piden diferenciar el mundo ficcional de la realidad material del autor; otros, desde reproche hasta olvido. ¿Cómo hacemos?

Una obra cultural puede ser muy buena y al mismo tiempo puede transmitir una ideología nefasta. ¿Qué hacer? Leerla, pero siendo conscientes de la ideología que transmite y rebatiéndola sin discutir la calidad de la obra, que es lo que yo hago con Lolita. Me parece una gran novela, pero transmite una ideología que forma parte de una cultura que globalmente permite y perpetúa la violencia contra las mujeres; y yo quiero luchar contra esa violencia. Creo que, por una parte, debemos poner de manifiesto esa visión crítica: cómo nos están transmitiendo este mensaje que rechazamos. Y lo rechazamos, aunque por otros motivos nos gusta la novela.

No solo hay que leer esta literatura, sino también la literatura de, por ejemplo, las víctimas de agresión sexual, que nos dan otro punto de vista. No estoy de acuerdo con que se use la calidad como pretexto para que oigamos solo una parte de la historia. Hay un diario auténtico de una periodista alemana, que se publicó con el título Una mujer en Berlín, donde cuenta que, cuando entraron las tropas rusas durante la Segunda Guerra Mundial, violaron a diestra y siniestra a todas las mujeres, a ella, a su amiga, a su vecina, a su casera. Es un libro estupendo y nada victimista. Otro ejemplo: la literatura norteamericana canónica del siglo XIX es la de los blancos y es formidable, pero yo también quiero conocer la versión de los afroamericanos. Varios, como Harriet Jacobs o Frederick Douglass, escribieron autobiografías que nos muestran lo que leyendo a los blancos nunca vemos: la vida de los esclavos. Una presunta calidad que solo nos muestra una parte de la historia, que siempre es la vida de los privilegiados —blancos, de clase media para arriba y varones—, no puede ser calidad. La diversidad también es un valor que forma parte de la calidad y tenemos que reivindicarla. 

Etiquetas:
FIL 2018
Laura Freixas

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