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“Estamos devorándonos a nosotros mismos constantemente”

Le encanta la limonada, pero dice que es una costumbre algo extraña para una argentina. Está convencida de que el mundo de su literatura es el de lo oscuro, lo desconocido, lo anormal; sin embargo, nos comenta que, a la hora de elegir sus lecturas, prefiere los relatos hiperrealistas, de autores como Carver, Cheever, Salinger o Roth. Ganadora de diversos premios literarios –Casa de las Américas, Ribera del Duero, Juan Rulfo–, confiesa que sigue siendo la misma Samanta introvertida, con dificultades para relacionarse y para hablar. Se ha especializado en cuentos y es considerada como una de las mejores narradoras latinoamericanas.

  • Samanta Schweblin
    Escritora argentina
  • Texto:
    Miguel Sánchez Flores
  • Fotografía:
    Víctor Idrogo

¿Podemos hablar de una nueva literatura latinoamericana?

Es difícil, pero se puede pensar cosas nuevas. Por ejemplo, hay una libertad muy grande con el tema de las extensiones. Las novelas ya no son más 250 páginas en medio de dos tapas duras, en la actualidad, hay excelentes libros de menos de 120 páginas. Otro tema novedoso es el de las editoriales independientes, que permiten publicar literatura que antes no encontraba un lugar en el mercado. También creo que las últimas generaciones nos leemos mucho entre nosotros de manera inmediata. Estamos devorándonos y pensándonos a nosotros mismos constantemente y eso, evidentemente, tiene un resultado en nuestra escritura.

¿Cuáles identificarías como tus tradiciones?

Hay distintas líneas. A mí me gusta mucho la literatura latinoamericana y creo que es la que me enamoró. Ahí están los autores del boom que leí en mi adolescencia: García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar. Luego, ya más grande, vino la tradición norteamericana que influenció mucho a mi generación, aquella que llegaba mal traducida desde España. Creo que tardé en encontrar a los autores con los que hoy me siento cercana. Pienso, por ejemplo, en Elizabeth Strout, Alice Munro, Kelly Link, Aimee Bender, Amy Hempel.

¿Cómo conjugas el proceso creativo con el de difusión?

Uno se ve envuelto en un dilema: ¿qué es más importante, la figura del escritor o el mismo libro? Antes, el escritor era una figura mucho más solitaria y quien salía a defenderse era el mismo texto. Hoy, eso parece ser algo secundario, por momentos. Sigue el momento solitario de la escritura, pero también hay una gran exposición del escritor, en el que hay que ir a las ferias y hablar de las cosas que uno escribió, como si el escritor fuera un opinólogo que tiene que saber de todo.

¿No te gustan las entrevistas?

No me gusta mucho el tema de la exposición, me siento incómoda, me quita muchas energías, siento que no lo hago bien y que me defiendo mucho mejor con los libros, pero también me doy cuenta de que vivo en una generación en la que si uno no circula, los libros tampoco lo hacen. También es cierto que el tema de la prensa me ha dado algunas herramientas para defenderme en terrenos que me son, más o menos, conocidos. Pero, en el fondo, cualquier cosa me hace trastabillar y, en realidad, el único espacio en el que me siento segura es la escritura.

¿Cuándo supiste que lo tuyo era contar historias?

Para mí, es algo muy natural. Siempre me gustó hacerlo; cuando no sabía escribir, contaba historias también. Me fascinaba mucho el final. Me parecía que en el final había una tensión y una atención en quien me escuchaba que me daba un poder muy luminoso. Cuando aprendí a escribir, empecé a redactar mis propias historias. A los doce o trece, empecé a escribir algo que se parecía formalmente a cuentos. Decidiste estudiar cine. Elegí cine porque para mí era imposible pensar en la idea de ser escritor. En ese momento, el escritor era una figura muy lejana y el cine me daba la oportunidad de contar historias. Fue en la carrera de cine cuando me terminé de enamorar de la literatura. Todo el mundo quería dirigir y casi nadie sabía qué quería contar, y muchas historias mías empezaron a funcionar para algunos ejercicios.

Escribes, sobre todo, cuentos. ¿Crees que ha cambiado mucho el género en los últimos años?

Hay una renovación absoluta del género, hay una frescura y una manera de pensar la estructura narrativa y la tensión, que, para mí, es absolutamente renovadora.

¿La tensión es lo más importante en un cuento?

Si no tengo tensión, no puedo escribir nada. Lo mismo me pasa como lectora: soy muy exigente y no me refiero a la tensión del thriller o del horror, sino a esta sensación de inminencia, de que uno podría predecir cuál es el paso siguiente, pero, por alguna razón, siempre da un paso al costado. Este juego de tensión entre el lector y el escritor me fascina.

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